lunes, 10 de febrero de 2014

Solemnidad del Inmaculado corazón de María

¡Oh Corazón admirable de la Madre del Salvador! ¿Quién podrá concebir las maravillas incomparables y los tesoros inestimables que encierras en ti? ¡De cuánto honor y alabanza eres merecedora! Tú eres el más augusto palacio del rey de reyes; eres el más digno templo del soberano pontífice Jesús; eres paraíso de delicias del nuevo Adán. Que todos los espíritus te honren y todas las lenguas te bendigan; que todos los corazones te amen; y que todas las criaturas del universo alaben y glorifiquen sin cesar al soberano Monarca de los corazones. Él que te hizo tan noble, santo y admirable.
(Libro VII- El Corazón Admirable de la Madre de Dios. San Juan Eudes).

EL CORAZÓN DE MARÍA: MARAVILLOSO MANANTIAL DE AMOR

(DEL LIBRO DE SAN JUAN EUDES, PRESBÍTERO, "SOBRE EL ADMIRABLE CORAZÓN DE JESÚS".)

Una imagen del Corazón bendito de la Virgen es aquella fuente maravillosa que Dios hizo brotar de la tierra en el comienzo del mundo, como lo narra el capítulo segundo del Génesis: Una fuente salía del suelo y regaba la superficie del campo (Gn 2, 6).

Leo en tu Evangelio, oh Jesús, (me un día, cuando permanecías visiblemente entre nosotros, yendo a pie de ciudad en ciudad y de aldea en aldea para llevar a los pueblos la palabra de tu Padre, te sentaste fatigado al borde del pozo de Jacob. Allí te encontró una pobre mujer que iba a sacar agua. Y tú aprovechaste la ocasión para catequizarla. Y entre las muchas instrucciones que le diste, le hiciste saber que tenías un agua viva capaz de quitar para siempre la sed, es decir, la sed de las aguas envenenadas que el mundo da a sus seguidores.

Leo también en tu Evangelio que otro día te encontrabas en el templo de Jerusalén en medio de una gran multitud con un gran deseo de dar a todos esta agua viva y gritabas con fuerte voz: El que tenga sed que venga a mí y beba (Jn 7, 37). Lo que hacías entonces, Señor mío, lo sigues haciendo todos los días. Porque te veo, no ya en el brocal del pozo de Jacob, sino en medio de esta divina fuente de que estamos hablando y te oigo gritar sin cansarte: « El que tenga sed que venga a mí y beba. Venid a mí todos los que estáis cansados y sedientos, acosados de trabajos y miserias. Venid a mí, aquí, no a la fuente de Jacob, sino al Corazón de mi dignísima madre: aquí me encontraréis porque en él he puesto mi morada para siempre. Yo mismo he hecho brotar esta fuente, y con un amor mucho más grande por mis hijos que cuando hice salir aquella otra que regaba el paraíso para los hijos de Adán.

Yo la he hecho brotar y la he llenado de bienes infinitos para vosotros. Allí estoy yo para mostraros y distribuiros los tesoros inmensos que en ella he escondido. Allí estoy para refrescaros, fortaleceros y daros una vida nueva con las aguas que de ella desbordan. Allí estoy para alimentaros con la leche y miel que de ella manan. Venid, pues, a mí».

Hace mucho tiempo, Salvador mío, que estás clamando así; pero pocas personas abren sus oídos a tu voz.
Si el mundo no escucha al Maestro, ¿cómo prestar oídos al servidor? Pero no importa: permíteme gritar contigo, para que el siervo imite a su Señor. ¡Quién me diera una voz suficientemente poderosa que se dejara oír en los cuatro rincones del mundo, para gritar a los oídos de todos los hombres: Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde! (Is 55, 1).

CÓMO DEBEMOS HONRAR A LA VIRGEN MARÍA

DEL LIBRO DE SAN JUAN EUDFS, PRESBÍTERO, "VIDA Y REINO DE JFSÚS EN LAS ALMAS CRISTIANAS")

No debemos separar lo que Dios ha unido tan perfectamente. Jesús y María se hallan tan estrechamente compenetrados que quien ve a Jesús ve a María; quien ama a Jesús ama a María. No es, por tanto, verdadero cristiano quien no tiene devoción a la que es madre de Jesucristo y de todos los cristianos. Para honrarla como Dios lo pide de nosotros y como ella misma lo desea, debemos:

1. Mirar y adorar en ella solamente a su Hijo. Ella misma así lo desea, porque en sí y por sí misma nada es, sino que su Hijo es todo en ella: él es su ser, su vida, su santidad, su gloria, su poder y su grandeza. Debemos agradecer a Jesús la gloria que se ha tributado a sí mismo en ella y por ella, y rogarle que nos entregue a María y reciba nuestra vida y nuestras acciones en alabanza de las suyas; que nos haga partícipes del amor de María por él y de sus demás virtudes, que se sirva de nosotros para honrarla o, mejor dicho, para honrarse a sí mismo en ella.

2. Reconocer y honrar a María como a la madre de nuestro Dios y como madre y soberana nuestra. Agradecerle todo el amor, la gloria y los servicios que prestó a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Consagrarle a ella, después de Dios, nuestro ser y nuestra vida; colocarnos bajo su dependencia, rogándole que nos gobierne en todo; darnos a ella en calidad de siervos para que disponga de nosotros según su beneplácito, para gloria de su Hijo; para que con nuestras acciones honre las de Jesús y para que nos asocie al amor y alabanzas que ella misma le ha tributado y le tributará por toda la eternidad.

3. Honrar a la santa Virgen con nuestro espíritu y pensamientos, considerando la santidad de su vida y la perfección de sus virtudes; con nuestras palabras, complaciéndonos en hablar y oír hablar de ella y sus grandezas; con nuestros actos, ofreciéndolos en honor y unión de los suyos; con nuestra imitación, tratando de reproducir en nosotros sus virtudes, especialmente su humildad, su caridad, su amor puro, su desprendimiento de todas las cosas, su pureza divina. El pensamiento de esta virtud engendrará en nosotros un deseo ferviente de huir, temer y aborrecer, más que la muerte, los menores pensamientos, palabras y acciones que puedan empañarla.

Finalmente podemos honrar a la Virgen con alguna plegaria o ejercicio devoto, como el santo rosario, práctica común a todos los cristianos y medio excelente de honrar el primer misterio de la vida de Jesús y la mayor maravilla de Dios en el cielo y en la tierra, a saber, el misterio de la encamación del Hijo de Dios en la santa Virgen María. Nunca se repetirá demasiado el Ave María, porque jamás se pregonará suficientemente la memoria de este misterio.



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