En este tercer domingo de cuaresma se nos presenta de manera extraordinaria el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. El evangelista Juan, de manera ilustrativa, nos ubica en el contexto de la escena y nos presenta de manera didáctica la actuación de Jesús como Maestro y catequista. Sin duda, su pedagogía es digna de imitar en medio de lo que se desea: una Iglesia en salida, cercana, atenta y fraterna a las necesidades del mundo de hoy.
La samaritana en este tiempo de cuaresma, nos recuerda la necesidad de encontrarnos con la Verdad. En medio de una humanidad acechada por tantos antivalores, donde predomina la ley del más fuerte y donde se le ha querido dar muerte al Dios de la vida, se han infiltrado rostros de imágenes de Dios que no responden al verdadero rostro de Jesús, que viene a saciar la sed de tantos hombre y mujeres que claman libertad, justicia y paz. Además, se va levantando una cultura de muerte que quiere crear muros de contención donde no reine la hermandad como expresión y manifestación del amor de Dios. Todo esto nos debe llevar a seguir apostando cada vez más por el ideal que nos mueve como cristianos, y más en este tiempo de penitencia y reconciliación.
La samaritana del evangelio representa además a todo cristiano. Al igual que ella nos encontramos sin horizontes, solos, angustiados y decepcionados por los fracasos de la vida. Todo se ha convertido en una rutina, y hemos perdido el sentido de la vida. Se han perdido los sueños, las esperanzas y las ilusiones de ser feliz. Nuestra vida afectiva se ha convertido en un naufragio total. Hemos perdido el ímpetu profético y no se diga: la alegría de ser cristianos. Estamos decepcionados de todos, ya no creemos en nada ni en nadie, todo es una mentira, la cual nos ha llevado a darle la espalda a un Dios que no se le percibe cercano y amigo.
En medio de esta situación de inconformidad, de cruz, de dolor, de insatisfacción, de falsos amores que lo que hacen es profanar la dignidad del ser humano, aparece la presencia viva de la Verdad encarnada en la persona de Jesús de Nazaret. Su rostro sereno y tranquilo en medio de la fatiga y el cansancio como humano nos dirá “Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt11, 28). Palabras reconfortantes para meditar en este tiempo de gracia, ya que muchos estamos sintiendo el cansancio de la vida y el peso de la cruz, y además, la necesidad de saciar el hambre y la sed de justicia ante un mundo seducido por las influencias del mal, que lo que prometen es perdición muerte y destrucción.
La cuaresma por tanto, es oportuna para escuchar la voz cercana de Jesús, que sale a nuestro
encuentro en medio de tanta fatiga y dolor. Él pide de beber porque necesita saciar su sed de justicia ante tanta miseria humana, y sobre todo al percibir a su alrededor tanta indolencia y crueldad que no hacen ni ayudan a levantar la dignidad caída del género humano. Jesús sale hoy al encuentro a purificar los corazones y las miradas desconsoladas de hombres y mujeres que necesitan de una palabra de aliento. Él es la Palabra hecha carne, la fuente misma de agua viva, que acontece en las circunstancias más difíciles, cuando ya el hombre ha perdido las esperanzas de encontrar felicidad.
Jesús es quien en este tiempo de cuaresma quiere propiciar un dialogo cercano y amoroso con cada uno de nosotros. Él quiere acercarse confiadamente a sanar y liberar nuestras penas y dolores “ya que con sus llagas hemos sido curados” (Is 53,5). Ojalá que empecemos a quitar de nuestras mentes todo espíritu de duda que no nos deja confiar en su presencia salvadora. Los prejuicios que tenemos se irán desvelando en la medida que nos vamos acercando a su Palabra. Él es el verdadero profeta que conoce nuestras heridas, y las ha venido a sanar con su sangre derramada en la cruz.
Que en este tiempo oportuno de gracia que se nos regala, sigamos caminando con Jesús, y así poder llegar junto a Él a la Pascua de la Resurrección donde ya nuestro cántaro estará saciado de un agua viva que ya nadie nos podrá quitar. ¡Que sigamos levantando nuestra mirada confiada hacia Él, ya que, el que confía en su Palabra no quedará defraudado! (Rom10, 11).
P. Rafael Viloria, cjm.
Provincia de Venezuela.
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