viernes, 10 de marzo de 2017

I Semana de cuaresma: la vida solitaria de Jesús



“Te adoro en tu triunfo sobre las tentaciones”  

San Juan Eudes.

El texto del evangelio de Lucas 4,1-13 nos presenta tres tentaciones que, según él, tuvo Jesús en el “un dialogo, sincero, cordial y respetuoso” (refiriéndose a la oración).
último día de la cuaresma (cuarenta días que pasó Jesús en el desierto en oración y ayuno) para así dar inicio a su misión en este mundo. Nuestro Señor se preparaba a solas (Os 2, 16) con el Padre Dios, en una estrecha relación, en una conversación, en un desierto; diría San Juan Eudes

Nuestro Señor -dice el texto- se “dejo llevar por el Espíritu Santo al desierto” (4,1); un primer punto importante es la asistencia del Espíritu Santo, el cual lo va a ayudar a realizar ese dialogo con Dios, lo llevará a adorar a Dios en medio del desierto; ése era el norte de Jesús según San Juan Eudes: adorar y contemplar a Dios, poniendo su mayor atención, no en una clase de espiritualidad guiada por el Espíritu Santo, sino en un encuentro intimo con Dios, en un poder fundirse en su amor.

Por ello, Jesús renuncia a tres cosas que toca el evangelista como lo son: la necesidad personal (4,3), el poder (4,6), y el control de Dios (4,9); por esas mismas razones San Juan Eudes nos dice: “el cristiano tiene que renunciar al mundo y a todas las cosas del mundo”; y en su obra “Vida y Reino”, al hablar de los cuatro fundamentos de la vida del cristiano, en el tercero fundamento asegura: “en una palabra, desprenderse del mundo es renunciar a él y vivir en él, sin estar en él”; y nos explica: al no tener ningún apego ni al mundo ni a las cosas, puedo formar a Jesús en mi vida (pues dejaría de ser mi vida para ser la de Jesús) y rechazar el pecado que tanto daño hace para tener una relación con Dios cara a cara.

Jesús en medio del desierto nos enseña a cultivar en nosotros la oración y la Palabra, porque por medio de ellas podemos adorar a Dios (4,8) como lo hizo él en el desierto; esta entrega total al Señor nos llama a fundirnos en su amor para así estar con él. Si estamos con Dios no es para que sea él el
que cubra nuestras necesidades, menos aún para tener poder sobre los demás y pensar que, por el servicio que presto como laico, sacerdote o seminarista, voy a poder dominar a Dios por medio de las obras que día a día hacemos.

Contemplar a Jesús en su vida solitaria, o sea, de desierto, es profundizar en el misterio de amor que tiene Dios para con el hombre. El desierto de Jesús no fue un querer separarse del pueblo y vivir un encuentro solitario con Dios. Tampoco fue para adorar, contemplar y amar a Dios en soledad. Porque, aún estando con su mirada fija en Dios, escucha la voz del tentador, que, como a nosotros, también intenta distraerlo, para que preste atención a cosas pasajeras, que sólo puede encontrar en este mundo. Por eso, para nosotros, lo importante no es examinar las tentaciones, sino sentirnos involucrados y meditar las respuestas de Jesús a cada una de ellas, ya que todas se basan en la “Palabra”, que no está muerta sino que siempre tiene vida y a todos da vida eterna.

Rafael Romero, Seminarista de la Casa de Formación Eudista La Misión San Gabriel, Provincia de Venezuela, para la Unidad de Espiritualidad Eudista.


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