martes, 14 de marzo de 2017

Del Desierto al Monte Tabor

El segundo domingo de cuaresma nos sitúa ante la maravillosa experiencia de poder sentir en la vida
terrena lo que más tarde estaremos invitados a vivir de manera definitiva: el cielo prometido. La Liturgia de este tiempo cuaresmal nos presenta a Jesús, luego de haber vivido la experiencia del desierto como acontecimiento de lucha interior entre la propuesta del mundo seductor y la Palabra reconfortante de su Padre Celestial. Sin duda, no fue un momento puntual en la vida terrena de Jesús, sino por el contrario, como hombre padeció una lucha constante entre el querer cumplir fielmente la voluntad divina y la propuesta del mundo de retractarse ante la misma.

En relación a la voluntad divina San Juan Eudes nos dirá que Jesús “desde el primer instante de su vida y de su entrada en este mundo, hizo profesión de no hacer jamás su voluntad, sino la de su Padre, como lo atestigua el autor de la carta a los Hebreos: Cristo, al entrar en este mundo, dice (dirigiéndose a su Padre): Ya estoy aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad – pues así está escrito de mí en el rollo de la ley – (Hb10,5). Y más adelante dirá el mismo Jesús: He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 6,38)”. (Leccionario propio N° 13. La Voluntad divina). Con esta sumisión y obediencia perfecta hasta la muerte de cruz (Fil 2,8) Jesús se complace en hacer la voluntad de aquel que le ha enviado (Jn 4,34). Invitación también para nosotros hoy ser fieles al estilo de Jesús de mantener la palabra de querernos configurar con Él, ante el dolor y la muerte.

En la liturgia de este segundo domingo de cuaresma la expresión y la simbología presentada por el evangelista nos ubican ante la realidad de trascendencia que como humanos debemos acceder ante el misterio de Dios. Luego del desierto interior vivido y experimentado por Jesús en su vida terrena y haber vencido con el poder del Espíritu las acechanzas del enemigo, hoy se nos invita a no quedarnos ensimismados en las tentaciones, sino por el contrario a seguir dando pasos de fe y de confianza, sabiéndose que en Jesús está toda nuestra esperanza. Este paso del desierto al Tabor es el sueño anhelado de todo cristiano. Es la superación de la prueba del que se encuentra en momentos difíciles,
confiando que luego vendrá la recompensa para quienes hayan sido capaces de vencer las mismas (St 1,12). Es oportuno seguir meditando a lo largo de estas semanas los desafíos que como cristianos vamos a ir encontrando en nuestro caminar. El maligno quiere cautivar nuestros corazones, porque nos reconoce los hijos predilectos del Padre celestial.

Ojalá que resuene constantemente en nosotros estas hermosas palabras que vienen del cielo “Tú eres mi hijo amado mi predilecto, en ti me complazco” (Lc 3,22; Mc 1,11). Palabras reconfortantes que en medio de las pruebas nos ayudarán a alcanzar mayor confianza en sí mismos de que tenemos un Padre que siempre nos acompaña y nos bendice. Que este paso del desierto al Tabor a lo largo de esta Cuaresma, nos vaya preparando a la Pascua, donde estaremos celebrando la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. Que Jesús nos ayude a seguir creciendo y madurando en la fe, a seguir apostando por nuestras convicciones y sobre todo a seguir descubriendo en la aridez de la vida su presencia grata que nos estimula hacia un futuro mejor. Que cuando vengan los momentos de desierto podamos estar seguros que su compañía será provechosa para salir airosos del mismo, y así poder subir con confianza a la montaña donde serán realizados y cumplidos todos nuestros sueños como hijos de Dios. Que nunca dudemos: ¡la cruz no es eterna, eterno es el cielo prometido!

P. Rafael G. Viloria M cjm
Formador Casa “la Misión”
VENEZUELA


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