martes, 10 de febrero de 2015

La paz, la santidad y la gracia de Dios

 La reflexión este 9 de febrero, está basada en la Palabra de Dios a partir de la Carta a los Hebreos, capítulo 12, versículos 14 y 15; una Palabra que nos ayuda a la sanación del alma, a la sanación del corazón. Esta Palabra del Señor tiene una buena noticia para nosotros, es el evangelio de Jesús que es vida nueva para el hombre, una vida nueva en libertad, en alegría, desde la santidad de Dios.

Nos habla de la paz con todos, de la santidad, de la gracia de Dios y de algo que podría impedirnos recibir esa gracia, algo que impediría que nosotros llevemos una vida santa como Él quiere que tengamos. Nos habla de raíces amargas que puede haber en el interior nuestro, de amarguras que pueden causar dolor en nuestro corazón, que pueden dañar nuestra vida e incluso la vida de otros.

“Procuren estar en paz con todos”. El Señor nos llama a la paz, nos la quiere dar, es una paz interior, una paz en el corazón. Cuando dejamos que la amargura llene nuestra vida y nuestro corazón, pues no hay paz y el Señor nos pide que hagamos la paz, que la procuremos desde el interior, una paz que viene de Dios, porque Dios es de paz y Jesucristo es el Príncipe de la paz. Esa paz no es parcial, no es solo con algunos sino con todos. ¿Qué significa?

En primer lugar, tener paz con Dios. Analicemos si nosotros tenemos paz con el Señor. ¿Está bien tu relación
con Dios? Para tener paz con Dios se necesita estar en paz con los hermanos, empezando con nuestra propia familia. ¿Tienes paz con todos los miembros de tu familia?, o hay corazones heridos, resentimientos, peleas…

En segundo término, se ha de estar en paz con los demás. No se puede tener paz con la familia y guerra con los demás, porque Dios nos enseña que la paz es con todos. Eso significa que en tu corazón no haya sentimientos negativos contra ninguna otra persona, que tengas paz en tu corazón en relación con todos.

Y en tercer lugar, estar en paz contigo mismo, porque no podría decir que hay paz en mi corazón si permanezco intranquilo, ansioso, desesperado, pues estaría viviendo una falsa paz. La paz de Dios sobrepasa todo entendimiento. Dios nos da su paz que es más grande de lo que podemos entender, y esta paz nos guarda a todos. Entonces tener paz con Dios, con los hermanos y conmigo mismo.

La paz con Dios, con los hermanos y conmigo mismo están amarradas, no se desliga la una de la otra. Esa paz ante todo es en el nombre de Jesús, quien nos la ha traído perdonándonos y cambiando nuestro corazón.

Escrito por Ariolfo Velasco Quesada






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