¡Otra vez ceniza! En la sociedad del confort, la tecnología, el desarrollo de la ciencia y el avance interplanetario de las relaciones, la ceniza no nos gusta mucho, porque su símbolo nos recuerda los restos de una catástrofe o de un incendio, o la molestia de los fumadores que la amontonan en cualquier lugar.
Por eso no nos gusta la ceniza, porque se convierte en una especie de ‘aguafiestas’ dentro de una sociedad que busca por todos los medios el bienestar, la comodidad y la felicidad. Y no nos gusta, porque la ceniza nos proyecta a una mentalidad nueva, unas actitudes de conversión personal y una responsabilidad compartida desde la perspectiva de Jesús.
El mensaje de las lecturas que se nos ofrece el Miércoles de Ceniza presentan el auténtico significado de la celebración: “Conviértanse a mí de todo corazón” (Jl 2), “Déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5). Se trata de iniciar un “combate cristiano contra la fuerzas del mal” (oración colecta). Y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido “estas cenizas que vamos a
imponer en nuestras cabezas en señal de penitencia” (monición del Misal antes de la imposición).
Nuestro proceso de conversión inicia con el gesto de la ceniza y acaba con el agua de la Noche Pascual.
Ceniza al principio. Agua de bautismo al final. Ambos gestos tienen una unidad dinámica. La ceniza ensucia, el agua limpia. La ceniza habla de destrucción y muerte, el agua es la fuente de la vida en la Vigilia Pascual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario