La Gran Vigilia Cuaresmal estuvo llena de oración, alabanza y bendición, nos acompañaron: niños, jóvenes,
adultos y personas de la tercera edad, todos y cada uno tan distinto al otro, pero unidos en la fe y el amor a Cristo. Renunciemos al pecado, a Satanás, a las sombras que son muerte, el egoísmo, la violencia y todo mal que daña nuestra relación con Dios y con el prójimo, pidamos al Señor despojarnos de todo mal, que sea Él quien nos perdone, nos purifique el corazón, el ser y nos regale un corazón y espíritu nuevos. Señor perdónanos, lávanos con tu sangre, nos postramos ante Ti, porque en Ti confiamos, sabemos que Tú nos perdonas y nos levantas, porque aunque grandes son nuestras faltas, más grande es tu amor por nosotros. Ten piedad de nosotros, te alabamos porque grande es tu nombre y tus obras, porque eres poderoso y bendito.
El Espíritu Santo invadió el lugar con su presencia, hubo gozo en cada uno de nosotros, aún en aquellos que estaban fuera del Teatro. El Señor conoce las intenciones de cada uno. El Padre Javier Riveros dispuso sus palabras uniendo la fe y el amor a Cristo en la Gran Vigilia, recordando que la Cuaresma es un tiempo de enfrentamiento entre el bien y el mal, el bien prevaleciendo sobre el mal, para finalmente conseguir estar más enamorados del Señor y lograr estar sanados en el corazón por Cristo, en este encuentro el Padre exhortó a vencer todos los enemigos, por el amor y fuerza de Dios. Purifiquemos el corazón, para que sea limpio y renovado por el Señor. Para dejar de lado el chisme, la mentira, la crítica destructiva, la hipocresía, la poca capacidad de reconocer nuestros errores, la pereza para orar y leer la Palabra de Dios, el egoísmo, para permitir al Señor hacer la diferencia en cada uno de nosotros.
Podremos ser la persona más infiel, pecadora, mentirosa… pero Dios es bueno y sabe cambiar todo lo malo y perdonar para crear nuevos caminos en el bien, porque para Él no hay nada imposible, no hay enfermedad, atadura, maldición o pecado, que Dios no pueda sanar, liberar y perdonar. Pues la diferencia la hace Jesucristo con su infinita misericordia, llenándonos de amor y perdón a pesar de nuestras faltas. ¡Él es rico en misericordia! Ahora, sabiendo que Dios es sólo amor y misericordia, preguntémonos… ¿Somos ricos o pobres en misericordia? ¿Seguimos los pasos del Señor? ¿Entregamos nuestra vida a Él? ¿Confiamos en Dios plenamente?... Reflexionemos y empecemos a actuar, para mejorar y agradar a Cristo, siendo misericordiosos con todos, perdonando y amando al prójimo. En una profunda reflexión y oración, oremos como lo hizo el Padre Javier Riveros: “Señor convierte mi corazón en uno que sea misericordioso con todos como el tuyo, Señor Jesús regálame la gracia, el don y el carisma de la misericordia para hacer siempre el bien con todos, desde mi propia casa, desde mi familia hasta todo aquel que pongas en mi camino, conviértenos en hombres y mujeres misericordiosos como Jesús, amén.
Dejemos que el Señor actúe en nuestras vidas y sea Él guiando nuestros pasos, hoy y siempre y para ello debemos dejarnos amar por Dios pues “tanto amó Dios a su hijo, que lo dio por el mundo” así pues nos corresponde dejarnos amar por Él, esto significa dejar que cambie nuestra vida con su fuerza y su poder… Seamos conscientes de que somos pecadores, débiles y hemos caído, quizá aun nos falten más caídas, pero que sobre todas las cosas está el amor de Dios en nuestras vidas, sólo así dejaremos de ser los mismos de antes, pues el Señor habrá actuado en nosotros.
También debemos dejarnos salvar por Dios… Él garantizó que todos alcancemos esa salvación, entregó a su hijo Jesucristo nuestro Señor y Salvador, así que dejémonos salvar, en la lucha espiritual que tengamos, dejémonos amar y salvar por Dios. En nuestro problema, pecado, debilidad o defecto, dejémonos salvar y amar por el Señor, para que nos haga santos con su amor y misericordia. A veces no notamos cuán grande ha sido Dios con nosotros y no lo reconocemos como nuestro Salvador, allí fallamos y debemos pedirle fortaleza y conversión, para vivir en Él. Pues tenemos salvación si estamos en Cristo, pero si nos alejamos, nos perderemos de rumbo y no hallaremos felicidad ni plenitud.
¡Creamos! Pues aquel que no cree está en sí mismo condenado, pero todo aquel que cree en el hijo de Dios, tiene vida eterna, así pues: creamos en Él, para que el Señor nos ame y nos salve, creamos en que Él nos salvará, nos acompañará día a día y nos guiará, y así ha de ser. Pero no sólo consiste en creer en el Señor, pues debemos obrar, actuar y hacer visible nuestra fe a través de las mismas. La salvación no se logra sólo con la fe, el Señor nos enseña que la salvación es por la fe expresada en las obras que hacemos. Digamos al Señor: me quiero dejar amar por Ti y salvar por Ti, he estado luchando contra el pecado, pero mis fuerzas no alcanzan, ayúdame Señor, completa Tú lo que falta: mi voluntad, mi esfuerzo, mi intención, mi deseo y mis sacrificios. A ti me entrego Señor, hoy me dejo amar y salvar por ti, hoy renuevo mi fe en Ti, yo creo en Ti y en lo que harás por mí, pues en Ti confío y haré las obras que muestren que yo soy tuyo y Tú estás en mi vida. Actuando, para realizar tus buenas obras que son: misericordia, justicia, paz, servicio, perdón, oración, entrega, caridad y todo lo bueno conforme a tu Palabra, gracias Señor por la obra que estás haciendo en mi vida, amén.
Recordemos el poder sanador presente en la cruz de Jesús, el Evangelio según San Juan 3, 4 – 14 nos recuerda que el hijo del hombre tenía que ser levantado, pero que así como la serpiente fue levantada por Moisés, así debía ser levantado Jesús en la cruz. Vemos, cómo por la desobediencia del pueblo de Dios, este cayó en enfermedad, muerte y desgracia… el asunto ahora es que aquello que se ha levantado es el mismo Cristo Jesús nuestro Señor, mirémoslo a Él en la cruz para ser sanos y salvos, transformados por su poder. Estamos signados con una señal divina, sobrenatural y poderosa, esa señal es: la cruz de Jesucristo, por la cual todos somos salvados, esa señal que es puesta el día de nuestro bautizo. Ayúdanos Señor a recordar que estamos signados en tu nombre, como propiedad tuya, fluye en nosotros, en nuestros corazones y nuestras vidas, gracias por darnos la victoria en la cruz.
Con toda el alma dejemos que el Señor cambie: nuestros pecados en santidad, las cadenas en libertad, la tristeza en gozo, las maldiciones en bendiciones, entreguémonos a Él, creamos en la salvación que viene con su amor. Pero no sólo pensemos en nosotros, oremos por aquellos pilares de Santidad: por el Papa, cardenales, obispos, arzobispos y sacerdotes que comparten la Palabra del Señor, para que continúen con su labor y sean iluminados por el Espíritu Santo para contagiar este amor infinito por el Señor. Que el Espíritu Santo llegue sobre las comunidades, Parroquias, grupos y familias que siguen a Dios, convéncenos Señor de orar por nuestros pastores, para aprender más de Ti.
Así pues, entreguémonos a Dios, confiemos nuestras vidas a Él, para que así como durante la Gran Vigilia vivimos milagros y sentimos el amor y misericordia, dones infinitos de Cristo, podamos sentir la gracia de Dios actuando día a día, actuando porque le oramos, porque le alabamos, amamos y nos postramos ante Él.
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