El Corpus Christi es el misterio del trigo transformado en la blanca harina de Cristo; el misterio de las uvas convertidas en la sangre salvadora de Jesús. Fiesta de los trigales y de las vides, pero transubstanciados por las palabras milagrosas del Señor.
Cristo está presente en la blancura de la hostia; algo más, no hay pan, sino lo que hay es sustancia de nuestro Redentor. Ante este misterio, hay una natural rebeldía de nuestro orgullo y de nuestros sentidos; más aún, de nuestra razón.
Hay una valla perpetua a la unión, y en esa valla están comprometidas la dignidad y la libertad del hombre. Pero Cristo, el Creador, rompió esa valla con la Eucaristía. Él, con su cuerpo, con su alma y con su divinidad, entra dentro del creyente que comulga y se vuelve más íntimo que la misma alma.
El misterioso alimento amasado por el amor de un Dios no es asimilado por el que lo come, sino que asimila y transforma al comulgante. Este es el amor de Jesucristo a los hombres. Ante nuestro egoísmo es ininteligible, pero Dios tiene otra medida que no es la medida estrecha del hombre; es la medida de su amor.
García-Herreros, R. (2010). Una hora para Dios. Bogotá, D.C., Colombia. Editorial Corporación Centro Carismático Minuto de Dios. pp.167-170
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