martes, 20 de octubre de 2015

20 de octubre: Fiesta eudista del Corazón de Jesús


En este día los eudistas celebramos la fiesta del Corazón de Jesús. San Juan Eudes nos cuenta la importancia de esta fiesta.

Inmenso favor que Nuestro Señor nos hizo al darnos esta fiesta


Excelencia de la fiesta del Sagrado Corazón.

Adoremos y admiremos la bondad incomprensible de nuestro amabilísimo Salvador por habernos dado esta fiesta. Porque fue una gracia extraordinaria la que nos hizo. Para conocerla bien es preciso saber que todas las fiestas que en el transcurso del año celebra la Santa Iglesia, son fuente de gracia y de favores divinos.

Pero esta fiesta es un mar de gracias y de santidad porque es la fiesta del santísimo Corazón de Jesús, océano inmenso de incontables gracias. Esta es, en cierto modo, la fiesta de las fiestas, porque es la fiesta del amable Corazón de Jesús, principio, como lo hemos visto en las dos meditaciones precedentes, de todos los demás misterios contenidos en las demás fiestas que se celebran en la Iglesia, y fuente de todo lo grande, santo y venerable que hay en las demás fiestas.

Debemos, pues, dar gracias a ese bondadosísimo, Salvador, e invitar a todos los santos y a todos los ángeles, a la santísima Virgen y a todas las criaturas, para que lo alaben, bendigan y glorifiquen con nosotros por ese favor inconcebible. También hemos de prepararnos para recibir las gracias que nos quiere comunicar en esta admirable solemnidad formando una firme resolución de no omitir nada de cuanto podamos hacer y de dedicar todo nuestro cuidado y todo nuestro afecto y todos los medios que estén a nuestro alcance para celebrarla digna y santamente durante los días de su Octava.

Homenajes que debemos al Sagrado Corazón.

¿Para qué nos ha dado el Rey de los corazones esta fiesta de su admirable Corazón? Para que cumplamos los deberes que para con ese corazón tenemos.

¿Cuáles son estos deberes? Son cuatro principales:

El primero es adorarlo. Adorémosle pues con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, porque siendo el Corazón de un Dios, del Unigénito de Dios, del Hombre-Dios, es infinitamente digno de adoración. Adorémosle en nombre y de parte de todas las criaturas que deberían adorarle. Adorémosle y ofrezcámosle todas las adoraciones que le han sido dadas y le serán eternamente en la tierra y en el cielo.

¡Salvador mío! Que el Universo se trueque en adoración a tu divino Corazón. ¡Con qué gusto consentiría yo, mediante tu gracia, en ser aniquilado ahora y para siempre, a fin de que el Corazón de mi Jesús fuera adorado sin cesar por todo el Universo!

El segundo deber es el de alabar, bendecir y glorificar a ese Corazón infinitamente generoso y darle gracias por el amor que ha tenido y eternamente tendrá a su Eterno Padre, a su santísima Madre, a todos los ángeles y a todos los santos, a todas las criaturas y a nosotros especialmente; también por todos los dones, favores y bendiciones que han tenido su origen en ese inmenso mar de gracias y se han difundido sobre todo lo creado y sobre nosotros en particular.

¡Munificentísimo Corazón de Jesús, te ofrezco todas las alabanzas, la gloria y los agradecimientos que te han sido y te serán dados en la tierra y en el cielo, en el tiempo y en la eternidad! ¡Que los corazones todos te alaben y bendigan eternamente!

El tercer deber es el de pedir a Dios perdón por todos los dolores, tristezas, congojas y martirios cruelísimos que hubo de sufrir por nuestros pecados; y en desagravio ofrecerle todo el gozo y la alegría que le han proporcionado su Eterno Padre, su santa Madre y todos los corazones que lo aman con ardor y fidelidad. Por amor a Él hay que aceptar también todas las amarguras, tristezas y aflicciones que en cualquier tiempo nos sobrevengan.

El cuarto deber es amar cordial y fervorosamente a este Corazón todo amor, y amarlo por todos los que no lo aman y ofrecerle todo el amor de los corazones que le pertenecen.

¡Corazón amabilísimo y todo amor! ¿Cuándo te amaré cuanto debo? ¡Incontables motivos tengo que me obligan a amarte y no puedo decir qué ya empecé a amarte cuanto debo!

Por favor, haz que yo empiece ya a amarte, Quita de mi corazón todo lo que te desagrada y establece en él perfectamente el reino de tu santo amor.

ORACIÓN JACULATORIA: « ¡Jesús, Dios de mi corazón, mi herencia para siempre!»






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