Por Brandon Barceló - Candidato Eudista
Hablar de la mano de Dios en sentido estricto es un poco problemático. Muchos se han atrevido a decir que Dios no tiene manos. Es por esta razón, que en primer momento, lo que haremos es intentar aclarar lo que significa tener como apoyo la mano de Dios. Cuando nos referimos a la “mano de Dios” aquí, en ningún momento pensamos en una mano física. No se trata de que el cielo se abra cada vez que necesitamos algo y se extienda la mano de Dios. Cuando hablamos de esa mano, nos referimos más bien al apoyo que vamos recibiendo por parte de Dios en las diferentes situaciones que atravesamos.
Es claro que en nuestro camino de vida experimentamos situaciones de toda índole, vivimos momentos felices, en los que todo va bien, pero también vivimos momentos de dificultad, los cuales son los más críticos y en los que se requiere la mayoría de veces, una fe mucho más fuerte, una confianza plena en Dios. En todas esas situaciones, está la mano de Dios, una mano que como dice la famosa canción de Jon Carlo “nos sostiene cuando vamos a caer y es la que nos mueve para obrar con poder” tanto cuando vamos a caer, como cuando estamos haciendo las cosas bien, la mano de Dios, permanece allí.
Sin embargo, solemos experimentar muchas veces la falsa ilusión de la ausencia de la mano de Dios. Es difícil cuando en nuestro caminar no sentimos la mano de Dios tocándonos, sin embargo, no es posible afirmar que en esos momentos no está a nuestro lado.
Para aclarar esto podríamos tomar un ejemplo sencillo, pensemos por un momento en la experiencia de un padre que se dispone a enseñar a su hijo a montar en una bicicleta. Regularmente, al principio el padre siempre está con su hijo, agarrándolo, sin dejarlo a caer, pero llega un momento en el que este ve en el hijo la capacidad de ir solo, el padre suelta al hijo pero no o abandona, está siempre atento a que no se vaya a caer, aunque no lo esté tocando. Así debemos pensar el momento en el que no sentimos la mano de Dios a nuestro lado, sencillamente Dios ve en nosotros la capacidad de ir adelante, de luchar, Él mismo nos da esa capacidad. No toca a nosotros ir con valentía, sin dudar que podemos vencer lo que se nos atraviese. Todo eso lo hacemos confiados en que en el momento en que vayamos a caer, el estará para sostenernos y sacarnos adelante.
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