La provincia de Venezuela propone como tema para este mes de septiembre: Formar a Jesús en nosotros, como respuesta de la 66ª Asamblea General, uno de los grandes desafíos para cada eudista y para cada comunidad.
ORACION (Vida y Reino, Pág. 418)
Has que yo sea de hoy en adelante una imagen perfecta de Ti mismo, así como Tú lo eres de tu Padre; has que yo participe de tu amor filial hacia El, ya que yo también soy hijo suyo; que yo viva de tu propia vida, es decir, de una vida santa y perfecta, verdaderamente digna de Dios, pues, eso es lo que yo he llegado a ser por participación inmerecida que Tu en persona me otorgaste. Y has, finalmente, que en tal forma esté yo revestido de Ti mismo, de tus cualidades, virtudes y perfecciones y de tal manera transformado en Ti que no se vea ya sino a Jesús en mí, y que realmente no haya en mí sino su vida, su humildad, su dulzura, su caridad, su amor, su espíritu, y sus virtudes y cualidades restantes, puesto que quieres que yo sea tu «doble» en la tierra.
LECTURA EUDISTA (Leccionario Propio 16)
El designio del Padre es que su Hijo viva y reine en nosotros.
El mayor de los misterios y la más grande de las obras es la formación de Jesús en nosotros como lo señalan estas palabras de san Pablo: Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes (Ga. 4, 19).
Es lo más sublime que realizan en el cielo y en la tierra las personas más excelentes que hay en ellos: el Padre Eterno, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santa Virgen y la santa Iglesia.
Es la acción más grande del Padre eterno, cuya ocupación durante toda la eternidad es producir continuamente a su Hijo en sí mismo. Y fuera de sí no ha realizado nada más admirable que formarlo en el seno purísimo de la Virgen en el momento de la encarnación.
Es la obra por excelencia del Hijo de Dios sobre la tierra, formarse a sí mismo en su santa madre y en
la divina eucaristía. Y del Espíritu Santo, que lo formó en las entrañas de la Virgen María, la cual no ha hecho ni hará jamás algo más sublime que colaborar a esta divina y maravillosa formación de Jesús en ella.
Es la acción más grande y santa de la Iglesia, que lo produce, en cierta manera, por boca de los sacerdotes en la divina eucaristía y lo forma en el corazón de sus hijos.
Por eso también nuestro principal deseo, empeño y ocupación debe ser formar a Jesús, haciéndolo vivir y reinar en nosotros con su espíritu, su devoción, sus virtudes, sentimientos, inclinaciones y disposiciones. A ello deben tender todos nuestros ejercicios de piedad. Es esta la obra que Dios coloca en nuestras manos, para que en ella trabajemos sin descanso. Y esto por dos razones poderosas.
1 Para que se realice el designio y ardiente deseo del Padre celestial de ver a su Hijo vivir y reinar en nosotros. Porque desde que su Hijo se anonadó por su gloria y por amor a nosotros, el Padre quiere recompensarlo estableciéndolo como Rey en todas las cosas. El Padre ama de tal manera a su Hijo que no quiere ver sino a él en todo. Jesús es el objeto único de sus miradas, de su complacencia y de su amor. Por eso quiere que Cristo sea todo en todo (1Cor. 15, 28).
2 Para que Jesús, una vez formado y establecido en nosotros, ame y glorifique dignamente en nosotros a su Padre eterno y a sí mismo, según la palabra de san Pedro: Que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo (1Pe. 4, 11), ya que sólo él es capaz de hacerlo dignamente.
Este doble motivo debe encender en nosotros el ardiente deseo de formar a Jesús en nuestras almas y de poner todos los medios para conseguirlo.
LECTURA BIBLICA (Gal. 5, 16-25)
"Por eso les digo: caminen según el espíritu y así no realizarán los deseos de la carne. Pues los deseos de la carne se oponen al espíritu, y los deseos del espíritu se oponen a la carne. Los dos se contraponen, de suerte que ustedes no pueden obrar como quisieran. Pero dejarse guiar por el Espíritu, no significa someterse a la Ley. Es fácil reconocer lo que proviene de la carne: libertad sexual, impurezas y desvergüenzas; culto de los ídolos y magia; odios, ira y violencias; celos, furores, ambiciones, divisiones, sectarismo y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Les he dicho, y se lo repito: los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley. Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus impulsos y deseos; si ahora vivimos según el espíritu, dejémonos guiar por el Espíritu"
Silencio - Meditación
ORACION FINAL (VIDA Y REINO DE JESÚS. Pág. 94)
«¡Oh Jesús bueno! Me abandono y entrego sin reparos al poder de tan gran amor para que también a mí me aniquile de un todo. ¡Oh potentísimo y bondadosísimo Jesús!, sírvete de todo tu poder y bondad ilimitada para aniquilarme y establecerte dentro de mí para destruir mi amor propio, mi voluntad, mi espíritu, mi orgullo y mis pasiones, sentimientos e inclinaciones personales, reemplazándolo todo con el reino de tu amor, de tu santa voluntad, de tu espíritu divino, de tu profunda humildad, de todas tus virtudes, sentimientos e inclinaciones. Aniquila también en mí a todas las criaturas, y a mí mismo en el espíritu y corazón de todas ellas sin excepción, suplantándolas y poniéndote Tu mismo en su lugar y en el mío, para que así, no viéndote sino a Ti, Señor, en todo, no aprecie, no desee, no busque y no ame a nada ni a nadie fuera de Ti, no hable sino de Ti, no haga nada sino para Ti; y que, por este medio, Tú lo seas todo y todo lo hagas en tus criaturas, y ames y glorifiques a tu Padre y a Ti mismo en nosotros y para nosotros, tributándole un amor y una gloria digna de El y de Ti».
Amén.
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