A veces la fe se nos ha vuelto un discurso que no toca la realidad y hemos caído en la esquizofrenia de tener
un discurso religioso, que nada tiene que ver con nuestras acciones diarias. El Resucitado nos invita a dar testimonio suyo ante los hermanos ¿Cómo ser testigo de Dios en el mundo actual? La primera respuesta es siendo dócil a la acción del Espíritu Santo (Hechos 1,7-8). El Resucitado nos ha asegurado que el poder del Espíritu Santo nos capacitará, para ser sus testigos en medio de todas las situaciones de la vida. Creo que hay dos maneras muy concretas de ser testigo del Resucitado en nuestra cotidianidad, una ser sacramento de Jesús y otra, ser instrumento útil en sus manos.
1. Ser testigos es ser sacramento del Resucitado para todos los demás hermanos. Ser sacramento significa hacer presente al Resucitado en nuestra vida. Ser transparencia suya, para cada uno da las personas con las que nos relacionamos. Al hablar, al actuar, al vivir debemos hacer presente el amor de Dios para todos. Ser sacramento de Dios, para los demás, significa mostrar su misericordia, su perdón, su paciencia, su generosidad, su respeto por nosotros, su decisión de hacernos felices y aceptar nuestra libertad. Nuestras acciones tienen que encarnar esos valores que, a lo largo de la historia de salvación, Dios nos ha mostrado. Ser testigos del Resucitado nos exige vivir como hermanos, como servidores, como posibilidad de crecimiento para el hermano. Esto implica ternura, amabilidad, compromiso, sacrificio, entrega, generosidad y otros tantos valores que caracterizan la propuesta existencial que, en Jesús, Dios nos hace.
2. Ser instrumento en las manos de Dios. El Señor actúa en la historia humana siempre a través de mediaciones. Desde el Génesis encontramos a Dios actuando mediadamente. Hasta llegar a actuar a través de quien es su único mediador Jesucristo. Cuando el Pueblo de Israel necesitaba su actuación para romper la esclavitud a la que los tenía sometidos los egipcios, Dios llamó a Moisés y actúo a través de él. Cuando Saulo se encuentra con el Resucitado y necesita entrar en relación con la comunidad de los discípulos, Dios llama a Ananías y, a través de él, lo hace parte de su iglesia (Hechos 9). Si queremos ser testigos del Resucitado tendremos que decirle: “Señor, aquí estoy listo para servirte a ti, sirviendo a los hermanos. Aquí estoy dispuesto a dar lo mejor de mí para que tu bendición llegue a todos los que la necesitan”. Nosotros tenemos que ser las manos y los pies de Dios, para nuestros hermanos. Estamos llamados a ser bendición para cada uno de ellos. Ser cristiano implica dar la vida a favor de los demás, como hizo el Señor con nosotros. Toda misión que nos da el Señor es siempre grande y nos desborda. Ese es un criterio de autenticidad de la misión. No podemos tenerle miedo a la misión tenemos que dejarnos desafiar y ayudar por la acción de Dios, que siempre nos ayuda a suplir nuestras debilidades y fragilidades, cuando nos damos totalmente y sin ninguna tacañería.
Todos estamos llamados a ser testigos y todos estamos invitados a dejar actuar al Espíritu Santo en nosotros. Es un regalo que Dios nos hace para que nosotros podamos vivir a plenitud la fe. Por eso hoy te invito a preguntarte: ¿estás siendo un verdadero testigo del Resucitado en tu casa, en tu lugar de trabajo, en la sociedad? ¿Eres sacramento de su amor para los hermanos? ¿Estás sirviendo como un instrumento libre y consciente en las manos de Dios para bendecir a los hermanos?
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