jueves, 23 de noviembre de 2017

Jornada Mondiale de los pobres

Homilía eudista


XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A


Santuario de la Mentorella (Italia). Estamos leyendo los últimos grandes discursos de Jesús antes de su Pasión, según el evangelio de san Mateo: la parábola de las diez vírgenes, la semana pasada, y el juicio universal, la próxima semana. Y esta semana leemos la parábola de los talentos. Es importante entender su contexto literario: estamos en la perspectiva de la revelación de la verdad. Por tanto, el llamado del Evangelio es para nosotros un llamado a una verdad más grande sobre lo que hay en nuestro corazón: ¿Cuál es la seriedad, la veracidad y la conciencia de nuestro discipulado? ¿Está en armonía nuestra vida a la fe que profesamos? El Señor no viene a darnos lecciones de moral, sino que viene a recordarnos la seriedad de nuestro compromiso que está ligado a nuestro bautismo.

Este punto es muy importante. Dios, Nuestro Señor, nos conoce mejor que nosotros mismos, no es ingenuo, conoce inclusive los deseos de nuestro corazón. ¡Pero confía en nosotros! Él confía en sus siervos y les da talentos. Él les da sus bienes, según las palabras del Evangelio, que significan todas sus propiedades, toda su fortuna, todas sus posesiones. Nuestro Dios nos da enteramente su herencia: nos da su creación y sus creaturas, unos a otros, como sus hijos amados, nos da su palabra de vida, nos da su Hijo, ¡nos da su Espíritu! ¡Recibimos tantas cosas todos los días! "¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co, 4, 7). Por nosotros mismos no tenemos nada, pues Dios, nuestro Creador, nos ha dado todo. Como el maestro de la parábola, Dios ha compartido sus posesiones con sus siervos para que den fruto. Es un eco del libro del Génesis: "Y Dios los bendijo diciendo: sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla, dominen los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que van y vienen en la tierra".

El hombre de la Biblia sabía que Dios era su Creador y que le había confiado la tierra y todo cuanto contenía. Nada nos pertenece, todo es de nuestro Maestro y Señor y todos nosotros, con la riqueza de nuestros talentos, somos un don gratuito de Dios. Esta conciencia es esencial para escuchar el resto de la parábola.

Jesús especifica un punto sensible: se le da "a cada uno según sus capacidades" (Mt 25, 15). Es cierto que en muchos campos las habilidades son diferentes, pero una cosa es común: la expectativa del Maestro, que es cuidar sus posesiones y hacerlas crecer. El que escondió su talento en la tierra por miedo, ocultó lo que había recibido. En efecto, también Adán y Eva se escondieron por miedo a Dios.

El Maestro ha dado todo y espera que sus bienes crezcan. Esto nos refiere a nuestra responsabilidad por la tierra que se nos ha dado como propiedad. Es importante preguntarnos por la responsabilidad con que nos hemos relacionado con la creación: ¡Nuestro Papa le ha dado al mundo una encíclica visionaria y profética, Laudato Siˈ! En ella nos dice cuál es el camino a seguir para mostrar a los discípulos el camino del Evangelio y el futuro del mundo. Es una responsabilidad global a la que todos podemos contribuir desde nuestras posibilidades con el talento que se nos ha dado. La responsabilidad no es solo ecológica, también es económica, social y política.

¡El Maestro nos ha confiado el uno al otro! ¡Confió a cada hombre su otro semejante! Podemos decir
que el Señor nos ha dado la responsabilidad principal, como dice la expresión del filósofo Hans Yonas. Estamos tan a menudo en la pregunta de Caín cuando oculta su crimen: ¿Soy el guardián de mi hermano? (Gn 4, 9).

Al crear la Jornada Mundial de los Pobres, el papa Francisco quiere despertar las conciencias sobre este punto: ¿qué haces con tu hermano? El talento que recibimos es nuestro hermano, nuestros hermanos y nuestras hermanas. Nadie tiene una solución fácil, pero la llamada del Papa, la llamada del Evangelio, no es esconder el talento por miedo y decir: no me importa, tengo mis problemas y no quiero cargar con los de los demás.

El Papa en su mensaje para la primera Jornada Mundial de los Pobres cita al apóstol Santiago: ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17). Y el Papa agrega: " Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial."

Estamos en un momento en que los discípulos de Jesús debemos cuestionar nuestra manera de ser luz y sal de la tierra. El llamado del Papa es claro: lo que hacemos con los pobres que conocemos ¿cómo lo podemos incrementar? Con el Evangelio preguntémonos: ¿Cómo hacer una realidad fecunda del talento que se nos ha dado? Este talento es la vida de una persona que vive en la pobreza, una familia que está en dificultades debido a un largo período de desempleo, un refugiado que nadie se atreve a mirar. Puede haber ejemplos, inclusive entre nuestros familiares. Hemos escuchado en la primera lectura el elogio de la mujer que sencillamente acoge al pobre en su casa: ¿Cómo podemos hacerlo nosotros?

Este es un tema importante para debatir entre nosotros, los discípulos de Jesús: ¿cómo podemos ayudarnos y sostenernos para no caer en la mentalidad del mundo, en el consumismo, en la construcción de muros y alambre de púa? Ciertamente este aspecto tendrá que trabajarse en nuestras parroquias y comunidades: ¿cómo poner nuestra capacidad de servicio para encontrar otro modo de vivir en este mundo de forma evangélica?

La antífona del Evangelio es clave para tener esta nueva lógica: "Permanezcan en mí y yo en ustedes; el que permanece en mí da fruto abundante". Para escapar del miedo y del egoísmo, confiemos y pongamos nuestra fe en Jesús. Sólo él puede darnos la fuerza creativa para cumplir nuestra vocación cristiana en este mundo. Luego, unamos las dos actividades comunes de Jesús: oración y servicio. Podemos sostenernos en ello para crecer en fidelidad al Evangelio y ser testimonio ante el mundo. Le pedimos esta gracia al Señor pues, ¡el Buen Pastor ama a sus ovejas!

Finalmente, le dejo la palabra al Papa en una llamada vibrante: ¡escuchemos!

" Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios."

Celebremos juntos al Señor que bendice a los pobres y a todos los servidores de los pobres. Oremos a la Santísima Virgen, madre de los pobres.

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