La hermana Gerard Fernández, religiosa del Buen Pastor de la provincia de Asia Pacífico, ha pasado 35 años trabajando con condenados a muerte en Singapur. Es una frontera del alma, la de las personas que han hecho cosas horribles, y que ven luego acercarse su ejecución y deben tomar decisiones espirituales.
Ella tiene 78 años. Nació en una familia católica, alegre y cariñosa en Singapur antes de la Segunda Guerra Mundial. Ella era la cuarta de diez hijos. Su padre, secretario de un alto cargo judicial, pedía a los niños que recitasen cada día antes de desayunar algún poema en inglés, para mejorar su dicción.
Ella recuerda que con 6 años le pedían recitar “te condeno a ser colgado, ahogado y estrangulado en la prisión de Sing Sing”. No le gustó el verso y prefirió recitar el Salve Regina en inglés. Su padre quedó complacido al ver que la niña conocía la oración, pero ella lo recordaría años después como un símbolo de su vida futura: donde otros piden prisión y muerte, ella aportaría el amor de Dios.
De su infancia recuerda también que tenían un cerdito doméstico. Cuando los japoneses ocuparon Singapur su familia huyó hacia Malacca... en el viaje de huida se comieron el cerdito. Su madre conservaba la carne en jarros. Dos años después, acabada la guerra, volvieron a Singapur.
Una cara triste suscitó una vocación de vida
Hacia los 17 años, ella conoció a las Hermanas del Buen Pastor y su trabajo en un centro con mujeres sin hogar y adolescentes problemáticos. “En ese refugio vi una chica adolescente con una cara tan triste que me dije: ‘aquí quiero trabajar, con chicas como esta’”.
Un día se lo explicó a su padre mientras desayunaba. Él bajó el periódico y dijo: “¿Estás segura? Yo estoy dispuesto a pagarte una educación universitaria”.
Ella respondió: “sí, mejor ahora, porque si no podría perder mi vocación”. Recuerda que a esa edad era muy alegre y amiga de ir a fiestas.
Con la bendición de sus padres entró en el noviciado de las Hermanas en 1956, con 18 años. Al principio, en el convento, echaba mucho de menos a su numerosa y alegre familia,
y en Navidad se
sentía sola y lloraba en la capilla. “Es cuestión de profundizar en tu corazón y preguntarte qué es lo que realmente quieres”, explica sobre la vocación.
Violencia en Yakarta
Después de unos pocos años como profesora de primaria en Singapur, en 1962 fue enviada a las misiones de la congregación en Yakarta (Indonesia) a trabajar con adolescentes problemáticos. En 1965 la violencia estalló en el país, con matanzas a gran escala. Cualquiera podía ser acusado de ser comunista, o chino, o revolucionario y ser asesinado por grupos anónimos y echado a una fosa común escondida.
Incluso el convento de las Hermanas en Yakarta se consideraba un blanco, pero los estudiantes del colegio de la congregación, de familias importantes, lo defendían.
Trabajando con drogadictos y presos
En los años 70 la hermana Gerard aprendió a trabajar con drogadictos y a desarrollar cursos de rehabilitación. Después, en 1977, junto con dos sacerdotes redentoristas, Brian Doro y Patrick John O’Neill, y con otro voluntario, puso en marcha el servicio católico de pastoral penitenciaria. Empezaron cuatro para visitar un par de presos. Hoy hay cien voluntarios que visitan 20 internos cada semana.
Y entonces llegó el caso que la introdujo en el ministerio con condenados a muerte, un caso famoso que estremeció a Asia y se ha recogido en libros y estudios.
Los asesinatos rituales de Adrian Lim
A principios de 1981 dos niños fueron secuestrados y asesinados en Singapur de una forma ritual, espantosa.
Las Hermanas del Buen Pastor conocían a una de las víctimas, Agnes Ng Siew Heok, una niña de 9 años de familia católica y devota.
Y descubrieron con horror que conocían también a una de las asesinas: Catherin Tan Mui Choo, una chica de padres católicos muy religiosos, que había incluso acudido al centro vocacional de las Hermanas. Su padre era, de hecho, el electricista que ponía las luces de Navidad en el convento.
Catherin se había alejado de la vida cristiana y se había casado con Adrian Lim, un hombre violento que decía ser médium y contactar con espíritus. Tenía una horrenda capacidad de manipular a las personas en su entorno. Pegaba a su esposa Catherin, y también a su amante, Hoe Kah Hong, y las castigaba con descargas eléctricas. Las tenía controladas.
Adrian Lim, entonces de 39 años, hizo que Catherin le trajera a sus hermanos pequeños para abusar de ellos, y convirtió a su esposa en una prostituta y bailarina de streap-tease. Y finalmente usó a ambas mujeres jóvenes (26 años la esposa, 25 la amante) para atrapar los dos niños y asesinarlos en un bárbaro ritual.
Una carta, una estampita... y 6 meses de espera
La hermana Gerard creía que los iban a ejecutar con inmediatez y escribió una carta a Catherin, incluyendo una bonita estampa de Jesucristo.
El proceso judicial con sus apelaciones se iba a alargar 7 años. Y Catherin respondió a la hermana “Hermana, ¿cómo puede amarme después de lo que hice?”, eran sus primeras palabras. Firmaba así: “Su oveja negra, Catherine”.
Gerard 6 meses después de ser encarcelada.
La hermana Gerard logro el permiso para visitarla. En su primer encuentro Catherine dijo, con ojos tristes: “Usted no me ha condenado; por favor, ayúdeme a cambiar”.
Al principio, la monja la visitaba solo a ella. Pero en la celda de al lado estaba su compañera de crimen e infortunio, Hoe Kah Hong. La religiosa acudía media hora a la semana y, desde el otro lado de los barrotes, tomadas de la mano, Gerard y Catherin rezaban, charlaban o cantaban himnos.
El poder de la confesión
Llegó el momento en que la hermana animó a Catherin a confesarse. Ese sacramento la transformó. “Su vida cambió, pasaba horas rezando, y esperaba con ansia que el padre Doro viniese a celebrar la misa ante su celda y poder comulgar”, recuerda la religiosa. “Cuando Catherin pudo ver que había hecho mal, y supo que Dios la perdonaba, pudo avanzar. Era una persona adorable, siempre feliz y amable con las celadoras y funcionarios”.
La hermana Gerard también consiguió que el padre de Catherin quisiera visitarla. “Le dije: ha hecho mal, pero aún es tu hija”. Ella estaba presente cuando se encontraron y reconciliaron. El padre no llegaría a ver la ejecución, moriría antes, de un ataque.
Un bautismo entre rejas
La otra mujer condenada, Hoe Kah Hong, veía la transformación de Catherin desde su celda... y quiso compartirla. Se hizo bautizar, tomó el nombre cristiano de Geraldine (en agradecimiento a la monja) y participó siempre en las oraciones conjuntas.
Más adelante, la hermana Gerard planteó a las mujeres qué sucedería cuando volvieran a ver a Adrian, su manipulador y opresor, el día que fuesen ejecutados los tres juntos. ¿Lo tratarían con odio? ¿O como cristianas serían capaces de perdonarlo? Les tomó un tiempo, pero ellas accedieron no solo a perdonar a quien abusó de ellas y las condujo a la muerte, sino que empezaron a rezar por el terrible asesino y médium.
La hermana recuerda la última semana, antes de la ejecución, cuando juntas ellas tres, con el padre Doro, rezaban, cantaban “Amazing Grace” y pedían a Dios: “Señor, no dejes que Adrian se vaya sin que él haya pedido perdón”. Cree que Adrian debía escuchar al menos los cantos, porque su celda no estaba demasiado lejos.
Y entonces sucedió: Adrian, que aunque estaba bautizado se había negado a recibir a ningún asesor espiritual, esa semana final hizo venir al padre Doro. El sacerdote le dio un golpecito con la Biblia en el hombro y le dijo, con cariño: “¿Por qué tardaste tanto?” El criminal se confesó y comulgó. “Dios hace maravillas, Adrian escogió arrepentirse y Dios perdona”, constata la religiosa.
Los tres fueron ejecutados en 1988, siete años después del crimen.
Cantando en el corredor de la muerte
La hermana Gerard ha acompañado en total a 18 personas que fueron ejecutadas. Y no todas eran católicas. Cuenta el caso de un hombre no católico llamado Kumar al que iban a colgar por asesinato. Kumar la veía pasar cantando por los pasillos y así pidió su asistencia. El día antes de su ejecución la hizo llamar y le dijo: “mañana por la mañana veré a Dios y cuando le vea le contaré todo lo que usted hace”.
Esta religiosa conoce de cerca, muy de cerca, la pena de muerte y el mundo carcelario. Se opone a la pena capital porque, dice, la vida es preciosa. También dice que ve algo hermoso en su ministerio: entra en las celdas o en los pasillos y ve brillar la esperanza en los ojos de los condenados. “No es algo que venga de mí. Viene de Dios”.
La hermana Gerard dice que sufre de claustrofobia, pero que los pasillos de la prisión, las celdas, los condenados y criminales, nunca la asustaron. “Esto es una llamada, una vocación, no es un trabajo, es una relación personal con el preso. Lo más hermoso es cuando te dicen: ‘sí, hice mal, pero hoy tengo esperanza’”.
Ahora, con 78 años, ya no va a prisión. Acaba de pasar el testigo a sus sucesores. Pero trabaja con jóvenes problemáticos y es asesora de parejas. Dice que disfruta con la gente porque ama a las personas, con la libertad que da el celibato, una entrega plena. Y cita una frase de la fundadora de su congregación, Santa María Eufrasia Pelletier, que la ha orientado cada vez que trataba con criminales y almas rotas: “Una persona es más preciosa que el mundo entero”.
Religión en Libertad
18 de enero del 2017