El Padre Carlos Valencia nos invita a reflexionar esta semana sobre la misericordia, la compasión y el amor de Dios que se traduce para con nosotros, el ejemplo que nos dejó el Señor debemos interpretarlo, y hacerlo vivo en nuestras vidas, una alabanza en perpetuo ejercicio, un examen de conciencia en constante volatilidad:
Hoy estamos invitados a aprender cómo es posible pasar de la justicia a la compasión y la misericordia. El profeta Isaías dice hermosamente: “Observen la justicia hagan lo que es justo, porque mi salvación está para llegar mi justicia está a punto de ser revelada” (Is 56, 1). En el Antiguo Testamento, “ser justo” equivale a observar los mandamientos de la Torah. De este modo, el ser humano es perfecto y aceptable a los ojos de Dios. Para Jesús, esto no es suficiente: Para adquirir la Salvación es indispensable pasar del cumplimiento de la Ley a la clara observancia de la compasión y la misericordia.
Con Jesús, el concepto de Justicia evoluciona grandemente: Él transforma el concepto de justicia en el concepto de misericordia y compasión. De hecho, Jesús no vino a excluir, sino a incluir. Para Jesús, los extranjeros y los paganos pertenecen también al pueblo de Dios, y tienen también derecho a la salvación, porque “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Mt 18, 11; Lc 19, 10); “no vino a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9, 11; Mc 2, 17; Lc 5, 32).
La rudeza de Jesús en el Evangelio de hoy es aparente: Mateo escribe el Evangelio para judíos, y así es normal que Jesús aparezca acá como quien rechaza al pagano y al extranjero. Casi sin que nos demos cuenta, la escena de rechazo se convierte en una maravillosa aceptación y acogida, expresión clara de la misericordia que Jesús encarna y vive: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 28). De este modo, hoy recibimos un llamamiento especial: “éramos rebeldes en otro tiempo, pero hemos obtenido misericordia”. Por eso, nuestra vida debe ser un continuo ejercicio de la misericordia. No podemos olvidar que “los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm 11,29).
Fr. Carlos Valencia B., CJM
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