Queridos hermanos, candidatos y asociados,
Dentro de unos días celebraremos la solemnidad de nuestro fundador, san Juan Eudes. Lo recibimos de Dios como la fuente de nuestra « inspiración profunda » (Cst. 14). San Juan Eudes es nuestro guía no solo para discernir las formas que pueden tomar nuestros compromisos actuales dentro de la fidelidad a sus intuiciones apostólicas, sino también, y en primer lugar, para acompañarnos en el camino de la santidad. En la vida de los que la Iglesia reconoce como santos y santas la santidad es lo que suscita más nuestro interés. ¿Cómo siguió a Cristo san Juan Eudes? ¿Cómo acogió la santidad de Dios en su existencia? ¿Qué enseñanzas nos da? ¿Cómo inspiró a quienes nos precedieron en el curso de la historia y en las diversas provincias?
La santidad es lo propio de Dios y por tanto es difícil definirla, al menos si de entrada descartamos reducirla a un comportamiento moral. Para comprender lo que es propio de Dios contemplemos a quien es su testigo fiel: ¿cómo fue santo Jesús? Su santidad reside en el compromiso total de su ser para amar al Padre cumpliendo su voluntad y para el compromiso total en el amor del prójimo en cada momento. Podría entonces definirse la santidad como el movimiento del ser para amar siempre más. Tal es Jesús.
La santidad es lo propio de Dios y por tanto es difícil definirla, al menos si de entrada descartamos reducirla a un comportamiento moral. Para comprender lo que es propio de Dios contemplemos a quien es su testigo fiel: ¿cómo fue santo Jesús? Su santidad reside en el compromiso total de su ser para amar al Padre cumpliendo su voluntad y para el compromiso total en el amor del prójimo en cada momento. Podría entonces definirse la santidad como el movimiento del ser para amar siempre más. Tal es Jesús.
La santidad es don gratuito de Dios que recibimos el día de nuestro bautismo. La constitución conciliar Lumen gentium lo anuncia claramente: “Los discípulos de Cristo, llamados por Dios y justificados en Jesucristo, no en virtud de sus obras sino por el designio y la gracia de Dios, se han convertido ciertamente, en el bautismo de la fe, en hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y por tanto fueron realmente santificados. Por consiguiente es su deber mantener y perfeccionar en su vida la santidad que recibieron” (No 40). Toda nuestra vida, habida cuenta de la diversidad de vocaciones que forman la Congregación, es un desarrollo del don inicial. Recibimos realmente la capacidad de amar a la manera de Jesucristo y tenemos el encargo, con la gracia del Espíritu Santo, de poner por obra esta capacidad en cada momento y en toda circunstancia. De este modo nos adentramos en el don recibido para amar siempre más. Haciéndolo haremos real nuestra vocación.
El jesuita Carlos Rahner, al meditar este misterio de la santidad, da densidad a esta vocación universal a la santidad. Según él la santidad se traduce por una mayor intensidad existencial de nuestros actos. Pensemos en Jesús sirviéndonos de la siguiente expresión. ¡Cuánta intensidad de ser y de amor en los gestos que empleó y a través de las palabras que pronunció! “Jamás nadie habló como este hombre” (Jn 7, 46). “Sí, en verdad, este hombre era el Hijo de Dios” (Lc 23, 47).
La intensidad de nuestra vida consiste en hacer de cada momento una realidad plena, donde lo único que cuenta es amar en ese instante. El camino de la santidad está en la acogida progresiva de esta plenitud de ser y de amor en el corazón mismo de lo que hace nuestra existencia. El aprendizaje de nuestro camino de santidad consiste en vivir siempre, de verdad, el amor que ponemos en los actos que realizamos y en las palabras que pronunciamos. Por experiencia sabemos que este proceso se efectúa en la medida de nuestra libertad, habida cuenta de nuestras historias personales.
En este momento planteamos la cuestión de los medios que empleamos para crecer en santidad, en el sentido de un amor siempre más existencial en nuestras palabras y actos, en nuestros pensamientos y movimientos interiores. En este punto preciso les propongo tres pasos para celebrar la santidad de nuestro fundador el 19 de agosto.
Renovar nuestro deseo de amar siempre más
Somos miembros de la Congregación de Jesús y María, buscadores de la santidad, como lo enuncian las Constituciones: “La Congregación de Jesús y María quiere que sus miembros, por el cumplimiento de su apostolados, se encaminen a la santidad a la cual los llama la gracia de su bautismo y de su ordenación” (No 6). Este número 6 concierne igualmente, claro está, a los asociados, en virtud de su vocación bautismal. Por misteriosa Providencia, Dios nos llamó a esta Congregación y libremente hemos respondido. El motivo más fundamental de nuestra respuesta es el cumplimiento de nuestra vocación a la santidad. En carta dirigida a sus hermanos, en misión en Honfleur, en diciembre de 1657, san Juan Eudes lo dice claramente: la primera finalidad de la Congregación es “darles los medios de llegar a la perfección y a la santidad conforme con el estado eclesiástico” (OC 10, 417).
En sus escritos espirituales, san Juan Eudes nos transmite el medio más eficaz para avanzar en el camino de la santidad: dejar que Jesús forme en nosotros su vida santa y dejarlo que nos haga partícipes de su santidad. La santidad se realiza cuando nuestra libertad y la gracia del cielo están en comunión. El Señor no puede actuar sin nuestro asentimiento y nuestro asentimiento no puede dar fruto sin la gracia.
Con ocasión de la fiesta de san Juan Eudes invito a cada uno a renovar su deseo de santidad, su anhelo inicial del encuentro con Cristo y su deseo de vivir en la gracia del Espíritu Santo. Muchos otros atractivos pueden ocupar en nosotros el puesto del gran deseo de Dios y de la santidad. Nuestros ídolos son invasivos, pero unidos en un mismo impulso, en Congregación, donde nos encontremos, el 19 de agosto, pediremos para todos esta gracia: ser renovados en el deseo de Dios y en la opción de seguir a Jesús. Y para que esta opción sea estable, escojamos de nuevo considerar “la oración como la más importante de nuestras ocupaciones” (Cst 37). La oración es lugar esencial donde se realiza la formación de Jesús en nosotros, cuando nos exponemos a la acción de su gracia que nos transforma por la escucha de su Palabra que nos modela; nada puede remplazar ese tiempo preciso de la oración personal. Busquemos más bien alargarlo en vez de sustituirlo por otras ocupaciones.
Renovar nuestra voluntad de vivir la fraternidad
La renovación de nuestro deseo de santidad se realiza juntos, en Congregación, pues formamos un Cuerpo vivo y somos felices de ser miembros unos de otros. La presencia de los demás nos pone frente a la verdad de nuestras resoluciones porque la santidad se realiza a través de relaciones humanas que anudamos en la vida comunitaria, en la familia, en el ministerio y en la vida social. Existe la tentación de huir del otro, usando de todas las astucias posibles para realizar esta huida y buscar justificaciones. No pongamos un velo ante nuestros ojos. Juntos debemos progresar en el camino de la santidad y juntos debemos hacer ese progreso. En la fiesta del 19 de agosto, optemos nuevamente, con corazón generoso, vivir juntos el camino de la santidad a través de la misión común.
Dejemos atrás las incomprensiones y las desavenencias del pasado; perdonémonos y no frenemos nuestro ánimo fraterno, reafirmemos la confianza donde la levadura de las sospechas se haya propagado. Una vez más, hagamos obra de misericordia y de paciencia con nuestros hermanos, movidos por la fuerza que nos comunica Cristo Jesús quien es todo amor y bondad.
Renovar nuestro ánimo misionero
Me he detenido en la oración y en la vida comunitaria. Falta un tercer elemento esencial en el camino eudista de la santidad, la misión. Es el tercer componente de nuestro caminar a la santidad, siguiendo las huellas de san Juan Eudes. La unión con Cristo para crecer en la comunión fraterna nos lanza a la misión. ¡”Ay de mí si no evangelizo”! (1 Cor 9, 16). ¿Cómo anunciar hoy el don de Cristo Jesús? ¿Cómo descubrir caminos para la nueva evangelización? ¿Cómo formar a Cristo en el corazón de nuestros contemporáneos?
Cuando abandonamos nuestras autosatisfacciones y nuestros planes personales para dejarnos interpelar por el llamado misionero nuestro camino de santidad se renueva. Percibimos esta experiencia en la vida de san Juan Eudes. Su infatigable caridad apostólica lo condujo a buscar una unión más íntima con Jesús, dejando que Cristo lo formara a su imagen de Enviado del Padre, de buen Pastor y de Servidor. En unión con sus hermanos san Juan Eudes buscó caminos nuevos a través de sus fundaciones y sus misiones, en la liturgia y en la vida social. La misión fue para él lugar de realización de su configuración con Cristo. También debe serlo para nosotros.
Somos discípulos-misioneros. No es una cualidad más de nuestro ser de discípulos. Los dos términos van intrínsecamente unidos. Es la gran intuición de Papa Francisco en Evangelii Gaudium. Con su conocimiento de la Biblia y su percepción interior del pensamiento del Papa el padre Fidel Oñoro nos abre la puerta de ese gran texto programático que da nuevo impulso misionero a la Iglesia. El texto del Padre Fidel que adjuntamos se ofrece para reflexión de todos los miembros de la Congregación. Agradezco al padre Fidel su contribución a nuestra reflexión común.
Nuestro discernimiento de caminos renovados para la misión de la Congregación, como consecuencia de la Asamblea general, se prosigue en las provincias y se irá precisando en sintonía con las disposiciones de la Iglesia. Con ocasión de la celebración de la fiesta de san Juan Eudes pidamos la gracia de un nuevo arranque misionero en la Congregación, sobreponiéndonos a las desilusiones y fatigas del pasado, para escribir una nueva página de la misión de la Congregación. La Asamblea general nos indica un punto preciso: ¿Cómo, por doquier y donde quiera nos encontremos, poner en marcha la formación de Cristo en la vida de los fieles, laicos y sacerdotes? Emprendamos esa búsqueda común y este entrenamiento renovado para que se realice la formación de Cristo en el corazón de todos aquellos y aquellas que encontremos. La creatividad nos lleve a hacerlo en el tiempo que vivimos.
Estos tres puntos nos permitirán avanzar unidos para realizar nuestra vocación a la santidad Añado un cuarto que puede reemplazar los tres precedentes si no alcanzamos a realizarlos. En cierto modo este cuarto medio supone todos los otros: el servicio lleno de amor de los pobres pues “la caridad cubre multitud de pecados” (1 P 4, 8). No olvidemos que este elemento estuvo presente a todo lo largo de la vida de san Juan Eudes. No olvidemos que pedía que personas pobres participaran en las fiestas litúrgicas, en particular en las que él mismo instituyó. ¿Sería posible hacerlo, de una forma u otra, para celebrar el 19 de agosto de 2017? Es cuestión de opción y de determinación.
San Juan Eudes, fundador e inspirador nuestro, recibe nuestro reconocimiento y afecto. La gracia de Dios ha permitido que numerosos frutos de santidad nacieran y crecieran en tu familia espiritual. Nosotros hoy, queremos también participar en la santidad de Dios, avanzando juntos en los caminos de la misión y en el servicio de los pobres. Libéranos de todos los impedimentos que obstaculizan la gracia e intercede para que acojamos los medios de responder a nuestra vocación a la santidad. Que sea para nuestro gozo y para la mayor gloria de Dios.
P. Jean-Michel Amouriaux, cjm
Superior General
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