“Nuca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre.
Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón.
Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de continuidad de un amor divino que perdona y que salva.
Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables.
Ninguno de nosotros es dueño de los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiera dilapidado sus bienes.
Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado.
No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido delante de la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón.
En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo el signo del primado de la misericordia.”
Papa Francisco, Bula Misericordiae Vultus 17,4.
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