miércoles, 30 de abril de 2014

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, les extiendo a todos mis saludos y felicitaciones por esta Pascua de Resurrección que estamos celebrando, la cual significa para todos los que creemos en Él, la esperanza de una vida nueva en la cercanía y presencia del Padre gracias al amor filial de nuestro Señor Jesucristo.

Dios ha sido tan bueno que nos sigue comunicando la Buena Nueva del Reino, alegría para todos, para que también nosotros la comuniquemos a los demás, es el compromiso. «En tu resurrección, Señor, se alegran los cielos y la tierra». A esta invitación de alabanza que sube del corazón de la Iglesia, los «cielos» responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo y más cuando hemos visto la gran misericordia de Dios al regalarnos también a dos nuevos santos para la Iglesia de Cristo, San Juan XXIII y San Juan Pablo II, modelos de santidad para el pueblo cristiano.

Celebramos gozosos la Pascua de Resurrección, desde la certeza de que nuestro Señor Jesucristo, al resucitar tras la humillación y el sufrimiento de la Cruz, ha vencido el mal rescatándonos a todos. La invitación es a proclamar la alegría de la Resurrección del Señor, que en medio de toda miseria, mentira, injusticia, explotación, división y enfrentamientos violentos como los que vivimos desde hace tiempo en nuestro país, Dios sigue apostando por nosotros y nos ha salvado a través de su amado Hijo Jesucristo, y en Él, en su llamado a la verdad, a la paz y al amor entre todos los hombres, está nuestra única esperanza para que Venezuela vuelva a la unidad y a la paz.

Que este gran regocijo que sentimos y celebramos nos permita como nos enseña nuestro padre fundador...
“a hacer nuestra la totalidad universal del misterio pascual. Raramente en la historia de la espiritualidad cristiana se ha captado tan bien el pensamiento de Pablo: “Todo es de ustedes, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios” (Cf. 1 Cor 3,22-23). No solamente podemos y debemos hacer un santo uso de todo lo que ocurre en nosotros, para la gloria de Nuestro Señor, sino inclusive de todo lo que ha pasado, de todo lo que pasa y de todo lo que pasará en el mundo.

Por esta razón, cuando hacemos cualquier acción, el amor y el celo que debemos tener para la gloria de Nuestro Señor nos debe conducir no sólo a ofrecerle esa acción, sino también a unirla a todas las otras acciones semejantes a aquellas que hacemos, que fueron, que son y que serán hechas en todo el mundo para ofrecerlas y consagrarlas, con la nuestra, a su gloria, como cosa que nos pertenece. Del mismo modo, afirma San Juan Eudes, cuando nos sobrevenga algún pesar o aflicción, sea de cuerpo o de espíritu. “No dejemos pasar nada, sea bueno, sea malo, en nosotros o en otro para que esto sea ocasión de elevar nuestro corazón hacia Jesús, y emplear lo que ocurre para su gloria, como Él mismo hace cooperar todas las cosas para nuestro bien y emplea todo en beneficio nuestro”.

En Jesús y María: P. José Antonio Sabino Reyes, CJM.



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