Hemos llegado a diciembre, el mes del año lleno de alegría y lleno también de íntima melancolía. El mes en que se oyen los mismos cantos de nuestra infancia: “A la nanita nana, nanita ea, mi Jesús tiene sueño bendito sea, bendito sea”. “Noche de paz, noche de amor, todo duerme alrededor”.
Diciembre, el mes de los pesebres, el mes de los regalos, el mes de la cena. Pero, sobre todo, el mes de la fe, el mes de restaurar nuestra fe en la encarnación del Hijo de Dios. Nuestra fe en el inmenso misterio de que el Hijo de Dios quiso venir a la Tierra, para salvarnos y para consolarnos.
No dejemos que diciembre se nos vaya solamente en cosas externas. No dejemos que diciembre sea simplemente bailes y regalos. Que haya campo para nuestra fe en Jesús, el Cristo, hijo de María.
Que haya campo para el silencio, que haya campo para la oración. No nos dejemos robar el recogimiento. ¡Diciembre, Adviento, Navidad! Lo principal es la fe.
Lo principal es volver a creer. Sin la fe, la Navidad y el pesebre y diciembre no son nada. No tienen sentido.
Rescatemos este mes de la superficialidad y del atolondramiento y dejémonos penetrar de sentimientos de adoración y de fe.
Embellezcamos este diciembre haciendo una obra realmente bella a los ojos de Dios. Que este diciembre no nos coja lejos del hogar. Que diciembre vea nuestro regreso al hogar.
Que este diciembre esté marcado por algo especialísimo, que es la santificación del hogar, la verdadera alegría del hogar, la reconciliación de todos en el hogar.
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(García Herreros, Rafael, Navidad, primera venida de Jesús.
Colección Obras Completas No. 10. Centro Carismático Minuto de Dios, Bogotá, 2008).
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