martes, 6 de diciembre de 2016

Los tres corazones de Jesús

La doctrina de Juan Eudes habla de tres corazones: el de carne, el espiritual y el divino. El corazón [1].
de carne es el corazón de su cuerpo y el corazón espiritual es «la parte superior de su alma santa y también su vo­luntad humana»; el corazón divino es «el amor que desde toda eternidad tiene en el seno adorable de su Padre», o el amor de Jesús en cuanto Dios y en cuanto principio, con el Padre, del Espíritu Santo

El papa Pío XII, en su encíclica, Haurietis aquas, tomando esta idea de Juan Eudes, hablaría de un triple amor. En este sentido se entiende la afirmación de Mons. Guillon: «Para Juan Eudes el corazon es el amor y la caridad. Pero en María y Jesús el amor es una realidad compleja». Se puede decir que la doctrina eudista del corazón describe un eje de interioridad que va de lo divino a lo carnal y de lo carnal a lo divino; de lo exterior del ser visible pasa al interior del ser humano para encontrar allí al Dios que es la trascendencia desde dentro de uno mismo, o «por dentro», como acertadamente escribe R. Hebert[2]. Se llega al Dios trascendente, pero en el interior, en el corazón.

Sin embargo, no consiste en esto lo peculiar de su hallazgo; lo fundamental en él es haber puesto de relieve que Dios no es un ser lejano e indiferente, que tiene corazón y que Dios nos ama con un corazón de hombre, el corazón mismo de Jesús, la se­gunda Persona de la Trinidad, y que, gracias a ello, el hombre puede responder a su amor con un corazón que es propio también de Dios, de acuerdo a la palabra que Ezequiel pone en boca de Yahvé: «Yo les daré un corazón nuevo, pondré en Uds. un espíritu nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26).

Por eso, para Juan Eudes, el Corazón de Cristo es nuestro corazón. Cuando en sus escritos, refiriéndose a nuestro corazón, nos dice «Tu corazón», así con mayúsculas, se está refieriendo al Corazón de Cristo que por nuestra adherencia a Jesús, se ha convertido en nuestro propio corazón. Hemos llegado a la cima de la espiritualidad según Juan Eudes: a la santidad en el amor desde la perspectiva de Jesús.

Se entiende, entonces, por qué Juan Eudes se excede en expresiones de alegría cuando considera que esa experiencia y esa doctrina espiritual habían madurado suficientemente como para expresarse en aquella primera fiesta del Sagrado Corazón. Por otra parte, él no se consideraba un innovador; sabía que su doctrina engarzaba plenamente con las Escrituras y con la gran corriente expresada en la Tradición de la Igle­sia. Y es así. Si algún mérito hay en él, consiste en haber revalorizado otra vez
uno de los aspectos esenciales del viejo tesoro de la Iglesia.

Corazón y espiritualidad

La devoción que tiene como centro el «Corazón único de Jesús y de María», expresión cimera de la espiritualidad eudiana, es casi una síntesis de toda ella pues presenta todos sus elementos principales. Podemos señalar, esquemáticamente, algunas de esas características, leídas desde la antropología moderna y de cara a la experiencia diaria del cristiano común.

Hay que empezar, no obstante, recordando que, como decía Santa Margarita María de Ala­coque, «El Corazón de Jesús es todo Je­sús». Lo que equivale a afirmar, con Juan Eudes, que «El Corazón de María es toda María y todo Jesús». En otras palabras, hablar del Corazón de Jesús o de María es hablar de su Persona entera pero -como decíamos- contemplada desde dentro, desde su máxima interioridad, desde su urdimbre afectiva: desde el Amor con que Dios ama esa Persona y con que ella ama a Dios y a los hombres.

Dios es Misericordia

Juan Eudes quería dar a conocer a Dios como máximo Amor, y quería mostrar que la misericordia de Dios para con el hombre tiene un peso de sudor y de sangre. De esa manera, la devoción al Corazón respondía a la sensibilidad de una época tan ávida de lo experimental y sensible como aquel siglo XVII. Por eso, la gente de entonces no solía hablar directamente de Dios, sino que prefería hablar de la persona divina de Cristo; al fin y al cabo, el Dios-Hijo sí se hace visible y audible en el hombre-Jesucristo. A Juan Eudes le resultaba mucho más fácil mostrar que Dios no es una idea abstracta, que Dios nos ama a cada uno de no­sotros, aún al más despreciable, con ardor de corazón. Ahí estaba para probarlo el mismo Cristo: su Corazón es el corazón humano que Dios se dio a sí mismo para poder revelar su amor de la manera más viva y pedagógica. El corazón que necesitaba Dios para experimentar las miserias de los misera­bles[3]. He aquí el contenido pleno del símbolo eudiano del corazón, y lo más característico de su proyecto espiritual: Dios es Amo­r-para-nosotros, un Dios que nos ama, un Dios con Corazón.

Tal es el «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» que Juan Eudes contempla a partir del conocimiento del Hijo: «¿Quién es esta misericordia? Es nuestro bondado­sísimo Salvador». Así lo recoge también en aquella hermosa oración: «Todo lo consideraste, Padre adorable y, sin embargo, no dejaste de enviarnos a tu Hijo amadísimo. ¿Quién te obligó a ello? El amor de tu corazón paternal hacia nosotros, tan incomprensible que podemos decir: Padre de las misericordias, parece como si tú nos amaras más que a tu Hijo y que a ti mismo, pues que es una sola cosa contigo. Hasta podemos decir que parece como si por amor a nosotros odiaras a tu hijo y a ti mismo. Oh bondad incomprensible, oh amor admirable. Esto es algo del amor infinito del amable corazón del Padre eterno por nosotros»[4].

Para Juan Eudes, comenta Mons. C. Guillon, el Corazón de Cristo es «la prueba viviente de que Dios nos ama más allá de toda medida». Todo lo que brota de ese Corazón, palabras (la parábola del hijo pródigo), actitudes (su solicitud por todos los que sufren), actos (las curaciones, la multipli­cación de los panes), don total de sí mismo sobre la cruz, todo eso manifiesta que Dios es ternura y misericordia[5].

Insiste en que «nuestro benignísimo Redentor se encarnó para ejercer su gran misericordia para con [6]. En el misterio -y gran símbolo- de ese Corazón, revela, mani­fiesta, proclama y es, en latidos humanos, el Amor misericordioso de Dios a los hombres, la máxima expresión sacramental de su Ternura. 
nosotros... Habiéndose hecho hombre y habiendo tomado un cuerpo y un corazón capaz de sufrimiento como el nuestro, estaba lleno de una tal compasión de nuestras miserias y las ha llevado en su corazón con tanto dolor que no hay palabras que puedan expre­sarlo»

Por eso, creer en Cristo y conocerlo de verdad es creer en ese infinito Amor de Dios y co­nocerlo realmente. Así, pudo confesar el evangelista Juan, hablando en primera persona plural, y refiriéndose ex­presamente al Verbo Encarnado, Jesucristo: «Nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (I Jn 4,16). Pero a Je­sucristo sólo se le conoce verdaderamente cuando se ha entrado en comunión viva con su Corazón y, sobre todo, cuando se ha llegado a una íntima expe­riencia de ese misterio de amor.

El Corazón de Jesús y María, epifanía de la misericordia

Creer en el Amor misericordioso de Dios y, sobre todo, descubrirlo expe­riencialmente demostrado, simbolizado y expresado en el Corazón de Cristo y también -con un especial e inconfundible latido femenino y maternal- en el Corazón de María, es la mejor escuela para aprender a amar a Dios y a los hombres todos con el mismo Amor misericordioso de Dios, con la misma in­finita Ternura que él nos ha manifestado y demostrado.

En El Corazón Admirable, Juan Eudes describe el Corazón de María como «una imagen viviente de la Misericordia divina»[7], intuición muy suya de que la misericordia de Dios tiene rostro humano, y no un rostro cualquiera, sino ese rostro hecho de ternura, delicadeza, perdón, comprensión, servicio, etc., que para nosotros expresa la persona de María, especialmente mediante el símbolo de su corazón femenino y maternal.

Esta visión mariana de Juan Eudes se corresponde con muy recientes hallazgos de la teología y la espiritualidad cristianas. Juan Pablo II, hablando de María y precisamente de su Corazón, ha dicho: «María es la que de una manera singular y excepcio­nal ha experimentado, como nadie, la misericordia y, también de manera ex­cepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su Corazón la propia partici­pación en la revelación de la misericordia divina... María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina»[8]. Y el P. Severino M. Alonso comenta: «En María, Dios nos ama con amor maternal. María es como un "sacramento" -signo visible y eficaz- del Amor que Dios nos tiene. María es un don de Dios a los hombres, es Amor de Dios hacia nosotros»[9].
En resumen, acercarse al Corazón de Jesús y de María y entrar en su más profunda interioridad -en el misterio de ese Corazón- es tener una vigorosa experiencia del Amor misericordioso de Dios, que nos ama como Padre y como Madre, con amor de hombre y con amor de mujer. Pocas épocas tan necesitadas de esa experiencia como la nuestra.


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[1] OC, VIII, 344-347.
[2] HEBERT R., Conf. cit.
[3] Cf. Mons. DUBOST M., Homilía con motivo del Tricentenario de la muerte de san Juan Eudes, en la Iglesia de san Juan de Caen. También Los Eudistas en América del Norte, vol. XIII, Nº 1, 81.
[4] O.E., p. 579.
[5] GUILLON Cl., Conferencia en el Congreso de religiosos(as) de Portugal. Fátima, septiembre de 1981,
[6] OC, VIII, 53.
[7] OC, VII, 7.
[8] DM, 9.
[9] S. Ma. ALONSO, El misterio de la vida cristiana, Salamanca, 1979, 2.




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