Tagaytay (Filipinas), 13 de Noviembre de 2013.
Estimados hermanos de la pequeña Congregación de san Juan Eudes:
He permanecido en este lugar por espacio de cuatro años tratando de llevar a cabo el sueño misionero de nuestro fundador que quiso traer a los eudistas al Asia hace cuatro siglos. No se pudo, porque tal vez no era la “hora de Dios”.
Este es un lugar que yo llamo el “paraíso” pues así lo veo: es un lugar lleno de flores, de lagos, de mares, de árboles y frutas tropicales. Sin embargo, así como en el paraíso de Adán y Eva hubo problemas por aquello de la “serpiente”, también en este paraíso hay problemas por aquello de la “naturaleza”.
En Filipinas, el Instituto encargado de dar los informes de meteorología (Pagasa), ya completó en este año el abecedario para designar con nombre propio los tifones (huracanes). En realidad cada año hay varios por no decir “muchos tifones”. Estos se van sucediendo a lo largo del año.
Es formidable ver cómo los filipinos se reponen ante las inundaciones. En términos generales uno los ve en los almacenes, en las estaciones de servicio, en la calle con cara alegre a pesar del mal tiempo y los problemas del país.
El último tifón ocurrió preciso para mi cumpleaños. En Tagaytay donde me encuentro, se sintió al igual que en todo Filipinas: el cielo se pone nublado, el viento empieza a soplar fuerte y la lluvia arrecia y ni las sombrillas sirven para guarnecerse. Al principio cuando llegué aquí me daba mucho miedo pues cuando algo es nuevo para uno, siempre no deja de haber algo de miedo. Sin embargo, con el tiempo, va uno aprendiendo a identificar el grado del tifón.
En este último por ejemplo, se pronosticaba que iba a ser uno “fuerte” porque hasta el presidente de la república hizo un llamado para que la gente colaborara con las autoridades pertinentes. Sin embargo, muchos prefirieron quedarse y no arriesgarse a perder sus bienes por miedo más a los ladrones que a la tormenta. Esta vez desafortunadamente, perdieron los bienes y sus vidas.
Cuando hacen las entrevistas a las víctimas, hay algunos que no pueden retener las lágrimas y hasta uno como televidente termina llorando con ellos. Algún periodista en estos días fue criticado por haber llorado presentando un informe de la tragedia. Sin embargo, sabemos que el periodista o el cura, antes de ser lo que son, son humanos y tienen sentimientos como los de Jesús cuando lloró por su amigo Lázaro.
En el día de ayer presentaron la noticia de una mujer que dio a luz en el aeropuerto de una de las ciudades más afectadas por la tragedia. El nombre que quiso ponerle a la niña fue el de “B. Joy”. Joy en inglés, sabemos que significa “gozo”. Pensaba yo: “es un milagro que Joy haya nacido en medio de los escombros. Es como si Jesús naciera en este año en medio de escombros. Jesús nace en Filipinas este año entre escombros. Es el niño que viene a traernos la esperanza en medio del dolor.
Claro, es un reto para todos los pastores en Filipinas poder en este adviento hablar de Jesús en medio de todos estos fenómenos naturales. Sin embargo, se me ocurre que también es una oportunidad muy “oportuna” a pesar de que de hecho es una situación de dolor.
Digo que es oportuno porque para una charla que estoy preparando acerca del adviento no encontraba yo la forma de iniciarla. Juan Eudes iba siempre al contexto de la “realidad” de sus oyentes en sus predicaciones. Así que me tomé también la tarea de ir a la realidad. El presidente Aquino anunció el advenimiento de una tragedia llamada “Yolanda”. El profeta Isaías anunció el advenimiento del Mesías (Is 7:14). El anuncio del presidente nos puso en alerta. Sin embargo, lo que se venía a la mente de los filipinos eran sentimientos de: miedo, pánico, desastre, ruina, preocupación y muerte. Es un panorama muy negativo y pesimista.
El adviento anunciado por los profetas y evangelistas es un adviento en donde se conjugan sentimientos de paz, alegría, gozo, luz, liberación, prosperidad y vida.
Ahora, el problema está en cómo anunciar un Jesús que es paz, alegría, gozo y vida en medio de situaciones adversas?
Es un gran reto. Creo que la clave está en “estar” con la gente, en ser “Emmanuel” con ellos, en caminar con ellos, en escucharlos pero especialmente en amarlos. El rostro de Jesús en los filipinos en este momento es un rostro adolorido, cansado, agobiado, desesperanzado. Pero es un rostro que se va a reponer poco a poco dependiendo no tanto de ellos mismos sino de nuestro amor y solidaridad con ellos. “…consuelen, consuelen a mi pueblo dice el Señor…” (Is 40:1).
Estar en Filipinas en este momento nos da la oportunidad de ser anunciadores de un Jesús que sigue
sufriendo con nosotros paso a paso, codo a codo, que nos conoce, que nos consuela, que aguanta hambre con nosotros, que llora con nosotros y que también ora con nosotros ante el Padre como lo hizo en la barca para calmar la tempestad.
En cualquier lugar del planeta hay peligros. En cualquier lugar nos puede “llevar el viento” o se puede abrir la tierra. No hay que buscar la ciudad más segura del mundo para esconderse a no amar a los hermanos. El lugar es Filipinas, es Colombia, es Togo, es Francia, es Estados Unidos, es Roma, es Brasil, es Ecuador…es el lugar donde estemos trabajando juntos para la misión.
En estos cuatro años he aprendido mucho de la cultura filipina, especialmente la humildad. El respeto que le tienen a los sacerdotes es inmenso.
Dios bendiga las islas Filipinas y nos bendiga a todos. Un abrazo para todos mis hermanos eudistas.
José Angel
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