Los Eudistas somos misericordiosos como el Padre. Por eso en marzo nos proponemos experimentar el perdón misericordioso de Dios.
MARZO
Objetivo: Experimentar el perdón misericordioso de Dios.
Dinamismo: Semana Santa.
Tema: Un corazón contrito.
Ave Cor: Corazón humilde.
Obra de misericordia: Perdonar a los que nos ofenden.
Liturgia: Celebración penitencial como preparación para la confesión.
PALABRA DE DIOS
Salmo 50 (51) y 10 (12)
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50 (51), 10 (12).
Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!, porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra y tenido por puro en tu juicio.
En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre.
Tú amas la verdad en lo íntimo y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades.
¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!
No me eches de delante de ti y no quites de mí tu santo espíritu.
Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios y publicará mi boca tu alabanza, porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Haz bien con tu benevolencia a Sión. Edifica los muros de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; entonces se ofrecerán becerros sobre tu altar.
ESPIRITUALIDAD EUDISTA
EL ODIO AL PECADO (Fortaleza para la misericordia)
Si estamos obligados a continuar en la tierra la vida santa y divina de Jesús, es natural que nos revistamos de sus sentimientos, como enseña su apóstol: Tengan en ustedes los sentimientos de Cristo Jesús (Fp. 2, 5). Pues bien, Jesús tuvo dos sentimientos diametralmente opuestos: un amor infinito hacia su Padre y hacia nosotros, y un odio extremo al pecado, que se opone a la gloria de su Padre y a nuestra salvación. Jesús ama de tal manera a su Padre y a nosotros que ejecutó acciones de trascendencia infinita, soportó tormentos en extremo dolorosos y sacrificó su preciosa vida para dar gloria a su Padre y por nuestro amor.
Y abomina de tal manera el pecado que bajó del cielo a la tierra, se anonadó a sí mismo, tomó la
condición de esclavo, llevó durante treinta y cuatro años una vida de trabajos, desprecios y sufrimientos, derramó hasta la última gota de su sangre, padeció la muerte más cruel e ignominiosa. Todo eso por el odio que tiene al pecado y por el deseo inmenso de destruirlo en nosotros. Pues bien, es deber nuestro continuar esos mismos sentimientos de Jesús hacia su Padre y hacia el pecado y proseguir su lucha contra el mal. Porque así como estamos obligados a amar a Dios soberanamente y con todas nuestras fuerzas, así debemos odiar el pecado con todas nuestras potencias. Para ello debes considerar el pecado no con mirada humana y con ojos carnales y ciegos, sino con la mirada de Dios, con ojos iluminados por su luz divina, en una palabra, con los ojos de la fe.
- Con esa luz y esos ojos descubrirás que el pecado es infinitamente opuesto a Dios y a sus perfecciones y privación del bien infinito.
- Por eso lleva en sí, en cierta manera, malicia, locura, maldad y horror tan grandes como es Dios infinito en bondad, sabiduría, hermosura y santidad (S. Th. III, 1,2 ad 2 m)
- Por lo mismo debemos odiarlo y perseguirlo con el mismo ahínco con que buscamos y amamos a Dios.
- Verás que el pecado es algo tan horrible que sólo puede borrarlo la sangre de un Dios; tan abominable que sólo puede aniquilarlo el anonadamiento del Hijo único de Dios, tan execrable a los ojos divinos por la ofensa infinita que le hace, que sólo pueden repararlo los trabajos, sufrimientos, agonía, muerte y méritos infinitos de un Dios.
- Verás que el pecado es un cruel y horrendo homicida y deicida. Porque es la causa única de la muerte del cuerpo y del alma del hombre y porque pecado y pecador han hecho morir a Jesucristo en la cruz y lo siguen crucificando todos los días.
- Finalmente destruye la naturaleza, la gracia, la gloria y todas las cosas por haber destruido, en lo que de él dependía, al autor de todas ellas.
Es tan detestable el pecado a los ojos de Dios que cuando el ángel, que es la primera y más noble de sus criaturas, cometió un solo pecado instantáneo de pensamiento, fue precipitado desde lo más alto del cielo a los más profundos infiernos, sin oportunidad de penitencia, pues era indigno y hasta incapaz de ella (Cf. S. Th. 1, I, 64, 2). Y cuando Dios encuentra a un hombre en la hora de la muerte, en pecado mortal, a pesar de que es todo bondad y amor y que desea ardientemente salvarlos a todos, hasta derramar su sangre y entregar su vida con ese fin, se ve obligado, por su justicia, a proferir una sentencia de condenación, y lo que es más sorprendente todavía el Padre eterno, al ver a su Hijo único y santísimo cargado con pecados ajenos, no lo perdonó sino que lo entregó por nosotros a la cruz y a la muerte (Rm. 8, 32.) demostrando así cuán execrable y abominable es el pecado a sus ojos.
El pecado está tan lleno de malicia que cambia a los siervos de Dios en esclavos del demonio, a los hijos de Dios en hijos del diablo, a los miembros de Cristo en miembros de Satanás, y a los que son dioses por gracia y participación, en demonios por semejanza e imitación, como lo indica la Verdad misma cuando refiriéndose a un pecador dice: uno de ustedes es un diablo (Jn. 6, 71). Finalmente caerás en cuenta de que el pecado es el peor de los males y la mayor de las desgracias que llenan la tierra y colman el infierno pues es la fuente de todos ellos. Más aún, es el único mal: más pavoroso que la muerte, que el diablo y que el infierno porque lo horrendo que ellos tienen proviene del pecado.
¡Pecado, qué detestable eres! Ojalá los hombres te conocieran porque hay en ti algo infinitamente más horrible de lo que se puede pensar y decir porque el hombre que tú mancillas no puede purificarse sino con la sangre de un Dios, y a ti sólo puede destruirte la muerte y el anonadamiento de un Hombre-Dios.
No me asombro, gran Dios, de que así odies ese monstruo infernal y que lo castigues con tal rigor que se asombren los que no te conocen y no miden la injuria que se te hace con el pecado. De verdad que no serías Dios si no odiaras infinitamente la iniquidad. Porque así como sientes la dichosa necesidad de amarte a ti mismo con amor infinito, también sientes la necesidad de odiar infinitamente lo que en cierta manera se opone a ti infinitamente.
Tú, cristiano, que lees estas cosas que se apoyan en la verdad eterna, si aún te queda una chispa de amor y de celo por el Dios que adoras, ten horror por lo que él abomina. Huye del pecado más que de la peste, de la muerte y de todos los males imaginables. Conserva siempre en ti el vigoroso propósito de sufrir mil muertes antes que de verte separado de Dios con un pecado mortal. Y para que Dios te guarde de esa desgracia evita también cuidadosamente el pecado venial como el mortal. Porque nuestro Señor derramó su sangre y entregó su vida para borrar tanto el pecado venial como el mortal. Además el que no se duele de las faltas veniales caerá pronto en pecados graves.
Si no tienes estos propósitos, ruega a nuestro Señor que los imprima en ti. Porque si no estás en disposición de sufrir toda suerte de desprecios y tormentos antes que cometer un pecado, no serás de verdad cristiano. Si, por desgracia, cometes una falta, esfuérzate por levantarte cuanto antes mediante la contrición y la confesión para regresar a tus anteriores disposiciones.
TESTIMONIO EUDISTA
BEATA MARIA TERESA DE SOUBIRAN LA LOUVIÈRE, FUNDADORA
Su padre, el conde de Soubiran, fue un hombre de fe firme y profunda, preocupado por servir a los pobres. Obtuvo de sus padres una habitación aisladla que transformó en oratorio en donde pasó largas horas de meditación frente a la imagen del Sagrado Corazón, sobre la importancia de la vida humilde y del desprendimiento de las creaturas, sobre el valor del sufrimiento (cruz) y del abandono a la voluntad de Dios. A los catorce años hizo voto de castidad. Su gran sueño era ser religiosa carmelita.
A los veinte años renunció al plan de hacerse monja carmelita para realizar el proyecto de su tío, el canónigo Luis de Soubiran, de fundar un beguinaje, asociación de mujeres laicas contemplativas que, sin tener una regla común ni formar una orden, teñían sus casas cerca a hospitales o iglesias, trabajaban para mantenerse y se dedicaban a cuidar pobres, leprosos y enfermos en los hospitales. Aunque no miraba con gusto este género de vida aceptó la propuesta de su tío, tomándola como signo de la voluntad de Dios. En 1854, junto con unas compañeras inicia el beguinaje, pero tiene una gran crisis espiritual y deja la dirección espiritual que tenía con su tío.
Después de un retiro espiritual, bajo la dirección del jesuita Paul Ginhac, decide convertir su beguinaje en una comunidad religiosa. En 1864 inicia la nueva comunidad en Tolosa, Francia, con el nombre de Sociedad de María Auxiliadora, dedicada a la oración contemplativa y al cuidado de niñas pobres. El 3 de junio del mismo año escribe en sus Notas Íntimas: Renové a perpetuidad el voto de perfección que había hecho temporalmente el año anterior. El 7 de junio hice un voto particular de pobreza, de renuncia absoluta a los bienes… Me comprometí a nunca tener nada para mí, reconociéndome delante de Dios inhabilitada para poseer cualquier cosa.. En esta época mi alma se encendió fuertemente por el deseo de trabajar y de sacrificarme, en cuanto me sea posible, para promover la gloria de Dios. Comencé a recibir del Señor la gracia de una oración de gran recogimiento. La sociedad fe creciendo con varias fundaciones, con la ayuda de la hermana María Isabel Luppé, pero con motivo de la guerra franco-prusiana, la madre María Teresa tuvo que trasladarse a Londres en 1870.
A su regreso a Francia, con una nueva asistente y ecónoma general, la fundación crece con siete nuevas casas. Se inicia una etapa de muchas cruces para la madre María Teresa. Hace unos cuatro meses, Nuestro Señor me manifestó claramente, en lo íntimo del corazón, que mi misión en la Sociedad había terminado. Algo en mí se desprendió, se separó y cayó… El Señor me hizo ver que tenía que atravesar horas dolorosas, y caminar con él bajo esa cruz, que me parecía era de su gusto y toda para mi bien. Le dije que sí, porque ¿quién puede resistir al amor? Me fueron dichas estas palabras: “tu misión terminó; dentro de poco no habrá lugar para ti en la Sociedad, pero yo conduciré todo con firmeza y dulzura”.
Acusada falsamente de mala gestión administrativa por su mismo consejo, la Fundadora de la Sociedad de María Auxiliadora renunció y tuvo que salir humillada, de su propia Congregación. Abandonada de los que yo amaba, de aquellos en quienes había puesto mi confianza, fui rechazada, sin asilo, con la responsabilidad de todo lo que parecía sucumbir, acusada por todos de las desgracias que estaban por caer sobre el Instituto de María Auxiliadora, y sin embargo estaba obligada a callar dejando que todo pesara sobre mí.
Con cuarenta años, sin dote y expulsada de la Congregación que ella misma fundó no la admitían en otras comunidades religiosas. Mi alma estaba herida y angustiada de modo indecible… El irme sin saber a dónde, pues para mí ya no había lugar ni siquiera en la Sociedad, el irme, adolorida como estaba en el cuerpo y en el espíritu, y sin nada, gracias a Dios, por el voto especial de pobreza que hice en 1864 en los ejercicios espirituales de treinta días, todo esto me hacía estremecer de dolor e indignación.
La madre se fue a Clermont-Ferrand, al hospital a pedir hospedaje a las Hijas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, allí permaneció siete meses a la espera de reintegrarse a su Instituto de María Auxiliadora. Entonces hace la petición de admisión al monasterio de Nuestra Señora de la Caridad de París. La superior del Refugio, Madre M. Del Santo Salvatore Billetout, la admitió “con increíble caridad”, en el Pensionado San José, en la sesión de “Damas seculares”. Allí tuvo tiempo para orar, para entrar libremente y estar junto al coro de la comunidad en la liturgia para hacer pequeños trabajos de costura y de arreglo de calzado de las niñas. Dios la puso junto a una maestra de gran virtud, la Madre M. di Sant'Alessio.
En el fondo de su corazón al pensar que la Sociedad de María Auxiliadora seguía siendo suya. y haciendo por ella oración y penitencia.
El 25 de diciembre de 1874 pero personas de su instituto interfirieron y como consecuencia se detuvo el proceso de ingreso. La Beata cayó gravemente enferma. Le aplicaron la extremaunción y el 29 de junio de 1877 emitió la profesión de los votos con un cuerpo enfermo. En el noviciado se encontró con la desconfianza de la maestra de novicias. Desempeñó diversos cargos humildes pero siempre persistió un espíritu de sospecha y de desconfianza. Finalmente se enfermó pero aún en medio de la enfermedad fue objeto de malos tratos. Sufrió hasta el final. El 7 de junio de 1889 el Señor la recibió en su reino.
La imagen de la fundadora fue dejada en limpio y rehabilitada por la nueva superiora de la Sociedad de María Auxiliadora, Isabel de Luppè en 1890, un año después de la muerte de la madre María Teresa de Soubiran. La Madre María Teresa de Soubiran, fundadora y autora de Notas Espirituales, fue beatificada por Pio XII el 20 de octubre de 1946. Sus reliquias reposan en la casa del Instituto de María Auxiliadora en Villepinte (Seine-et-Oise).
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