Una de las mejores obras de misericordia que podemos realizar es socorrer a los niños.
No podemos siquiera imaginarnos lo que significa para el Corazón de Dios una obra de amor hecha a un niño.
Si los hombres tuviéramos una mirada más inteligente y miráramos el mundo con otros ojos, no seríamos, como ahora, tan torpes para descubrir los verdaderos tesoros. Porque pensamos que los tesoros son las riquezas materiales, las pompas, las “cosas”; y no nos damos cuenta de que los verdaderos tesoros, los que tocan el Corazón de Dios, son las miserias humanas, especialmente las de los niños que sufren y necesitan ayuda, ternura, amor.
Al menos quienes nos decimos cristianos, abramos los ojos y dejemos de ir en pos de la mariposa de colores, es decir, detrás del dinero y los bienes materiales, que nunca nos pueden saciar; corramos más bien corramos en auxilio y socorro de tantos niños que viven en medio del sufrimiento.
A veces desperdiciamos tanto tiempo de nuestra vida y tanto dinero en tonterías o cosas superficiales, siendo que podríamos emplearlos en socorrer a muchos niños y así ser realmente felices nosotros, porque quien hace el bien se siente tan contento y conforme consigo mismo que le viene como una sed inextinguible de continuar haciendo el bien, cada vez más, como una carrera que termina en el Corazón de Dios.
Si estamos descontentos con nuestra vida, si no sabemos qué hacer con nuestro tiempo libre, si tenemos riquezas materiales, pero nos sentimos frustrados o deprimidos, vayamos a ayudar a los niños del mundo, los más cercanos, y Dios nos bendecirá, Además, recuperaremos las ganas de vivir y nos sentiremos útiles sirviendo a Dios en sus hijos más débiles, indefensos y pequeños.
Esto, y acciones similares, es lo que Juan Eudes llamaba “llevar en el corazón las miserias de los miserables” y actuar para solucionarlas.
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