Los católicos estamos invitados a vivir de diferentes maneras nuestra fe. La Iglesia en su pedagogía nos brinda la oportunidad de vivir el año en tiempos que nos preparan para celebrar las grandes solemnidades que tienen como centro a Jesucristo. Ejemplo de esto son: el adviento que nos prepara para el nacimiento de Jesús, el tiempo ordinario y el tiempo de cuaresma, el cual terminamos hace algunos días. Todos estos tiempos nos ofrecen de maneras simbólicas formas de recordar cada tiempo que vivimos. Actualmente nos preparamos para iniciar el tiempo de la pascua, en el cual nos disponemos a recordar y vivir con alegría la resurrección de nuestro Señor y además nos vamos preparando para celebrar con júbilo la fiesta de Pentecostés.
Ya llegó el tiempo en el que volvemos a celebrar con expresiones alegres nuestra liturgia. Vuelven los aplausos, el sonido de las campanas, los altares se visten de blanco y las flores vuelven a darle color a los templos. La oración del gloria vuelve a tomar su puesto en la liturgia y la alegría de saber a Cristo Resucitado, vencedor de la muerte nos mueve para vivir plenamente este tiempo pascual.
Es necesario insistir en el hecho de que aunque año tras año celebramos este tiempo, esto no es una razón para hacerlo de una manera mecánica ni repetitiva, ya que la alegría que se nos invita a vivir, es una cualidad que debe renovarse año tras año, es decir, la celebración de la resurrección gloriosa de Jesús nos debe hacer vivir con una particular alegría que da el saber que Cristo es vencedor de la muerte.
A nosotros nos queda vivir este tiempo pascual con la mejor disposición, aprovechando al máximo esta oportunidad que nos brinda la Iglesia de pasar de ver un Cristo Resucitado, a uno revestido en Gloria, vivo y real.
Para entender un poco de lo que hablamos, podríamos mirar algunas claves que nos permitirán en algún modo, pensar que se trata de un tema de vivencia, de experiencia y de crecimiento personal y espiritual:
- Disposición para vivir la pascua: No es una fiesta cualquiera, no celebramos cualquier acontecimiento. Celebramos un acontecimiento que de alguna manera es la base de nuestra fe en Jesús. “Si Jesús no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe” dice el apóstol Pablo a los Corintios. Celebramos entonces aquello que le da sentido al hecho de saber de Cristo victorioso, que venció la muerte. Eso debe hacernos disponer nuestro corazón para que este tiempo no sea uno de paso, sin ninguna relevancia, sino para hacer de él un tiempo que nos permita recordar que aquel que venció en la Cruz, nos hace vencer también a nosotros.
- La pascua es tiempo de esperanza: Que mayor esperanza que poder saber a nuestro Dios vencedor de la muerte, que mayor esperanza que descubrir que aquel a quien todos daban por muerto, se ha levantado del sepulcro. Esa esperanza suprema es la que debe movernos a mirar este tiempo, esperanzados en que aquel Dios que levantó a Jesús de la muerte, también tiene el poder de levantarnos a nosotros.
- Pascua es renacer: La experiencia de la muerte que se vive antes de la pascua es necesaria para que pueda suceder la resurrección. Pascua es renacer en el sentido en que se nos invita también a morir a todo aquello que de alguna manera no nos permite vivir libres o peor aún, no nos permite vivir como verdaderos cristianos. Pascua nos llama a vivir la vida nueva de la que nos habla san Pablo. Pascua es morir a todo aquello que no es Jesús, para que sea Jesús resucitado quien viva y reine en el corazón.
Tomemos entonces en serio esta celebración, dispongámonos con alegría a vivir este tiempo, viviendo con esperanza y con deseo de celebrar nuestra pascua dándole a Jesús el poder de llegar a nuestras vidas y estar en nosotros. No cerremos nuestro corazón a esta experiencia, no pasemos este tiempo desapercibido y más bien démosle la relevancia que se merece en nuestra vida de fe.
¡Hey!, estén alegres, vivan con pasión, dispongan el corazón: ¡Él ha resucitado!
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