El jueves 26 de enero de 2016 la comunidad de Valmaría ha vivido una fiesta de familia: a las 6:00 de la tarde, nos congregamos en la capilla, para celebrar la Eucaristía presidida por el P. Carlos G. Álvarez, superior local, acompañado por un nutrido grupo de eudistas y toda la comunidad formativa.
Los jóvenes Andrés Felipe Ibáñez, Juan David Mazo y Carlos Mario Ayala firmaron el acta de ingreso a la Probación que marca el período inicial de la formación para la vida apostólica en comunidad.
Luego José Rafael Hernández Gallegos, joven mexicano, hizo su compromiso de Incorporación a la Congregación de Jesús y María pronunciando la misma fórmula compuesta por san Juan Eudes para manifestar el deseo de configurar su vida con la de Cristo y su compromiso de vivir y morir en la Congregación renunciando a sí mismo para cumplir en todo la voluntad de Dios. Después de la firma del acta junto con todos los eudistas presentes fue acogido con alegría y fraternidad en el seno de la Congregación. José Rafael es el séptimo eudista mexicano en la CJM. Actualmente son cinco
eudistas en la provincia de Colombia y dos en la provincia de América del Norte.
Con alegría compartimos el mensaje del P. Carlos G. Álvarez en la homilía:
Nos reúne la Acción de gracias por tres jóvenes que inician su proceso de Probación y otro que lo termina y se entrega conscientemente para “vivir y morir en la Congregación”.
La Probación es un camino largo de experiencia y de prueba que le permite al candidato conocerse y gustar la experiencia de vivir en familia para ir asumiendo una misión de servicio en la Iglesia. Es también la oportunidad para la Congregación de presentar nuestra vida como el ingreso a una escuela de santidad para vivir como evangelizadores y formadores al servicio del reino y permitirle al Señor Jesús que se forme en cada uno y establezca su reino en el corazón.
Al final del proceso viene la realidad de una alianza entre Dios y el eudista. Alianza de amor y de fidelidad. El libro de Samuel que hemos venido leyendo en estos días nos permite comprender mejor el sentido de esta alianza. David quería “construirle” una casa al Señor, pero es Dios quien le construye a él una casa. Con eso le está diciendo a David: “Ten en cuenta que no eres tú quien se quiere comprometer conmigo sino yo”. Esta alianza en una gracia y una bendición que tiene su iniciativa en Dios.
El Señor se fijó en nosotros y nos llamó. Nosotros somos sus siervos y estamos siempre a su servicio. El texto de hoy (2 Sam. 7,18-29) subraya siete veces que Dios es “el Señor”, siempre fiel y misericordioso, y ocho veces que David es su servidor. Esta realidad hay que asumirla en nuestra vida. Nuestro compromiso es con un Dios siempre fiel, “digno de fiar”, que nos conoce y nos ama, pero que espera de nosotros también la fidelidad y la entrega generosa a su servicio.
Esto implica “edificar la vida” sobre la Roca fuerte, y san Juan Eudes nos propone cuatro
fundamentos que debemos colocar a la base para lograr una madurez como eudistas y como cristianos: la fe – la lucha contra el pecado – el desapego – y la oración.
Quiero partir de ellos para indicar cómo hoy es difícil “ser eudista” de corazón, y proponerles a ustedes el reto de comprometerse a vivir en esta vocación a la santidad.
Por la fe nos apropiamos de la mirada de Dios para ver y comprender todas las cosas con su propia luz y su propia mirada, dice san Juan Eudes. Pero en las circunstancias actuales y en medio de las luchas diarias y los problemas que surgen en nuestra vida, es más fácil tener una simple mirada humana. Actuamos a lo humano y no con la mirada de Dios; por eso tomamos decisiones inmaduras, infantiles, rápidas, que dejan tras de uno frustraciones, heridas y tristezas profundas.
El verdadero eudista hace el esfuerzo por adquirir una mirada creyente y forme en medio de la dureza y crueldad de los hechos diarios. Se pone los lentes de Dios y trata de asumir la historia y los acontecimientos de la vida con la mirada de Dios.
En segundo lugar, el eudista es aquel que toma conciencia de ser pecador y lucha contra las fuerzas negativas que tratan de apartarnos del amor a Dios y a los hermanos. Con todo, vivimos en una cultura donde se piensa que no hay pecado y brillan el orgullo, la vanidad, la mentira y la corrupción. Un eudista sabe que en su vida hay pecado y lucha contra él para poder conscientemente su alianza bautismal; pero rechaza, además, el pecado dondequiera que esté y en todas sus formas, lo que supone una fuerte dosis de sinceridad y de valentía. Sinceridad para desenmascararlo y valentía para enfrentarlo, pero siempre sin orgullo y con mucha humildad.
En tercer lugar, la renuncia o el desapego del mundo y de sus cosas, de uno mismo y hasta de Dios, dice san Juan Eudes. Pero vivimos en un mundo de apegos, de intereses personales, de dependencias y esclavitudes, de egoísmo. Construimos nuestra zona de confort y de ahí nadie nos puede mover. Somos esclavos de nosotros mismos y de nuestros intereses. Un eudista está centrado en Jesús: él debe ser el único objeto de nuestro espíritu y nuestro corazón; verlo todo en él, hacerlo todo para él, vivir todo en él. Juan Eudes nos propone “hacerlo todo por puro amor y para la gloria de Dios”.
Por último, la oración como encuentro amoroso y diálogo permanente con el Señor que nos ama y dirige nuestra vida en toda circunstancia. Sin embargo, vivimos en un mundo de distracciones, de dispersión y de atafagos que nos impiden centrarnos en el fundamental y hacer del Señor el corazón de nuestra vida. El eudista es un hombre de oración, de diálogo simple y sencillo con su Dios, de amor intenso por todo lo que sea de Dios y para Dios.
Bienvenidos, pues, a esta aventura maravillosa. Que el Señor los bendiga siempre, los transforme y los consagre para él. Y que se sientan miembros activos de una familia que los acoge y espera de ustedes todo para el servicio del reino.
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