miércoles, 15 de julio de 2015

Reflexión en torno a Laudato Sí P. H. Castilla


La reciente Carta Encíclica del Papa Francisco, Laudato Sí, ha logrado uno de sus objetivos: despertar la conciencia personal y social sobre el compromiso de cada hombre en la responsabilidad del medio ambiente como “casa común” por la que todos debemos velar, si queremos un presente y un futuro verdaderamente humanos.

El compromiso evangelizador de la Iglesia no se lleva a cabo fuera de esta “casa común” que es la creación entera, el medio ambiente, en el cual como cristianos llevamos la Buena Nueva del Evangelio de Jesús al hombre de hoy. Por ello esta Carta Encíclica nos está mostrando un nuevo ámbito, una nueva manera, un nuevo tema, para evangelizar en el aquí y ahora del mundo y del hombre.

El Centro de Formación para la Nueva Evangelización, CFNE, de UNIMINUTO, acoge esta reflexión del P. Harold Castilla, Eudista, Rector de UNIMINUTO SP, sobre el llamado a la conversión que hace la Laudato Sí, y la ofrece a todos como una contribución en nuestra formación como evangelizadores con “nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión”.

Laudato Sí: un desafío para la conversión personal y social de la humanidad

institutoacton.orgHace unos días el papa Francisco (18 de junio 2015) nos regaló a toda la humanidad, creyentes y no creyentes, hombres de buena voluntad, el documento encíclica “Laudato Sí”, la cual hace parte de ese inmenso cuerpo, rico de doctrina, como es el Magisterio Social de la Iglesia. Es un documento de lectura
obligatoria para todos. Reclamar ser estudiado y reflexionado para ser asumido en un nuevo estilo de vida por estar dedicado, en su totalidad, a la protección y cuidad de la Casa Común. La encíclica toma su nombre de la innovación de san Francisco que en el cántico de la creaturas recuerda que la tierra, nuestra “casa común”, es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos (Cfr. n. 1). Nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura (Cfr. n. 2). La estructura de la encíclica obedece al ritual metodológico usado por la doctrina Social de la Iglesia y por la reflexión teológica, ahora asumida y consagrada por el Papa Francisco: ver, juzgar, actuar y celebrar. Comienza así revelando su principal fuente de inspiración: San Francisco de Asís, al que llama “ejemplo por excelencia de cuidado y de una ecología integral, y que mostró una atención especial por los más pobres y abandonados” (n.10; n.66). En síntesis, un documento que de manera especial viene a ser una gran cartilla de análisis de la realidad actual de nuestro mundo en perspectiva de lo que estamos haciendo a favor o en contra de la Creación y las consecuencias o implicaciones para el desarrollo humano y social integral de toda la humanidad.

Este tema de la cuestión ecológica, ha sido trabajado ampliamente por el Magisterio de la Iglesia, como puede verse en el extenso capítulo X del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que tiene como título: “Salvaguardar el medio ambiente”, en los números 451- 487. Ahora el Papa Francisco lo amplía, retomando lo que los Pontífices de los últimos tiempos han dicho al respecto. Enlaza con los Papas que le precedieron, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, citándolos con frecuencia. Y algo absolutamente nuevo: su texto se inscribe dentro de la colegialidad, pues valora las contribuciones de decenas de conferencias espiscopales del mundo entero, desde la de Estados Unidos, la de Alemania, la de Brasil, la de Paraguay. Acoge las contribuciones de otros pensadores, como los católicos Pierre Teilhard de Chardin, Romano Guardini, Dante Alighieri, su maestro argentino Juan Carlos Scannone, el protestante Paul Ricoeur y el musulmán sufí Ali Al-Khawwas. Analiza con profundidad lo que San Pablo II presentó como una de las causas de la destrucción del medio ambiente: el “error antropológico” cometido por el ser humano, y la necesidad de incluir en el léxico común el concepto de “ecología humana” (CA, 38), pues el ser humano, hace parte integral y activa del mundo creado. De allí que el Papa Francisco la utiliza 5 veces en la encíclica en los numerales 5, 148, 152, 155, 156.

El gran mensaje del Papa Francisco es que todos tenemos que cambiar el “chip” en nuestra manera de comprender el mundo, la creación, la historia hasta llegar a confrontar nuestros propios estilos de vida en función de la construcción de un mundo más humano, de un mundo más feliz. La casa, la creación, el mundo, es de todos, es común y por consiguiente la conciencia de vida de todos tiene que estar en la perspectiva de sentirnos solidarios e integrados para sacar adelante el proyecto de vida presente y también el proyecto de
vida de las frutas generaciones. Se trata en sí de asumir convicciones, valores y actitudes de vida que permitan pensar en el bien común y en la realización feliz de todos los seres del planeta y de los que vienen detrás de nosotros mismos. Se trata de responder la pregunta fundamental: ¿qué tipo de mundo queremos dejarle a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo o que están aún por nacer? (Cfr. n. 160). Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario, dice el Papa Francisco, y nos conduce entonces a preguntarnos sobre el sentido de la existencia humana y el valor de la vida social: “¿para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?”. Esta es la verdadera cuestión. De allí que el Papa nos invite a ser cooperadores en encontrar las respuestas a los grandes desafíos que esta realidad nos plantea de manera integral. Que nos hagamos conscientes que somos esos colaboradores de la obra de la Creación y que es en ella donde nuestras potencialidades se hacen efectivas para alcanzar un mundo más humano y de compromiso solidario entre todos por el bien común (Cfr. n. 80).

Esta toma de conciencia por el bien común pasa necesariamente por un desafío educativo, cultural y espiritual. Solo en la medida en que asumamos conscientemente el valor que tiene la creación como un bien común de todos y para todos podremos ciertamente asumir los valores que componen el modelo o el paradigma de vida que nos hace asumir la responsabilidad común por el universo entero. La conciencia de trascendencia en la perspectiva de un asumir que es un mundo creado y que desde allí soy solamente un elemento más integrado a los demás elementos de la naturaleza nos debe llevar a un compromiso responsable de las convicciones y los modos de ser y vivir. El núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita el Papa Francisco pasa por la educación y la formación (Cfr. n. 15). El punto de partida es apostar por “otro estilo de vida” (Cfr. nn.203- 208) que abra la posibilidad de “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social” (Cfr. n. 206)- Las implicaciones de esta conversión ecológica deberán manifestarse en la cotidianidad de nuestra vida diaria, desde lo que implica reducir el consumo de agua innecesaria hasta el gesto cotidiano de apagar las luces de la casa que no se están utilizando o que no hay necesidad de utilizar y también de aprender y actuar a reciclar.

Sin duda que la pregunta por el mundo que queremos dejar a quienes nos sucedan está en el centro de las preocupaciones del Santo Padre, que lo llevó a escribir esta Encíclica. Como obispo de una importante Iglesia particular, Buenos Aires; como testigo del desarrollo de los pueblos latinoamericanos, y ahora, al frente de la Iglesia, desde el gran observatorio que es el Vaticano, el Papa quiere ayudar a la humanidad a que tome las medidas que sean necesarias para mitigar el daño, en algunos casos irreversibles, que el ser humano ha hecho a la casa común, como denomina al mundo en el que vivimos.

A esta pregunta hay que buscarle respuestas, no sólo desde lo técnico, lo sociológico, lo económico, lo ambiental, sino, y sobre todo, desde lo antropológico, de manera que “el error” del que habla San Juan Pablo II, no lo sigamos cometiendo, destruyendo, en la mayoría de los casos, sin querer, nuestra propia casa. Y digo sin querer, porque lastimosamente el ser humano ha adquirido costumbres y comportamientos que le hacen actuar involuntariamente, lo que hace necesario, que afectivamente, de la “cuestión ecológica”, se pueda pasar a una auténtica “cultura ecológica”, en donde, sin perder el referente a Dios, creador de todo, sepamos administrar el mundo con responsabilidad.

Pero, ¿cómo incentivar esta cultura ecológica? Es muy interesante el último capítulo titulado “Educación y espiritualidad ecológica” en el cual el Papa Francisco afirma, con la mirada llena de esperanza, que “no todo está perdido” (LS, 205). La educación ambiental (LS, 210), la formación de una ciudadanía ecológica (LS, 211), la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. (LS, 213), son medios especiales para ayudar a adquirir un “nuevo estilo de vida” (LS, 203), una auténtica cultura ecológica, que propicie el respeto y cuidado hacia los bienes de la creación, comenzado por nosotros mismo, creados a imagen y semejanza de Dios. Se trata ante todo de hacer una opción de vida por crear una “ciudadanía ecológica” (n.211) y un nuevo estilo de vida, asentado sobre el cuidado, la compasión, la sobriedad compartida, la alianza entre la humanidad y el ambiente, pues ambos están umbilicalmente ligados, la corresponsabilidad por todo lo que existe y vive y por nuestro destino común (nn.203-208).

El espíritu tierno y fraterno de San Francisco de Asís atraviesa todo el texto de la encíclica Laudati Sí. La situación actual no significa una tragedia anunciada, sino un desafío para que cuidemos de la casa común y unos de otros. Hay en el texto poesía y alegría en el espíritu e indestructible esperanza en que sí grande es la amenaza, mayor aún es la oportunidad de solución de nuestros problemas ecológicos. En este sentido, el mismo Papa Francisco nos invita a mirar en perspectiva de celebración y a comprender que “el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio que contemplamos con jubilosa alabanza” (n.12). Confirmándolo más adelante en el n. 207, cuando nos dice: “Que nuestro tiempo se recuerde por despertar a una nueva reverencia ante la vida, por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad, por acelerar la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida”.






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