Quiero escribirles a ustedes sobre Alguien misterioso, invisible, real, operante, imprescindible, cercano, poderosísimo, definitivo en nuestra vida: es el Espíritu Santo. ¡Quién pudiera hacer el elogio del Espíritu Santo en la vida del hombre, en la vida del santo, en la vida del cristiano, en la vida del amor que ha sucedido en el mundo!
Todo lo que ha sido obra de amor, todo lo que respira amor tiene la huella del Espíritu Santo.
Él es la infinita unión que existe entre el Padre y el Hijo, y la ternura del Padre hacia el Hijo. Él se diferencia en todo el universo. Por todas partes su obra, por todas partes su presencia, por todas partes su amor, su alegría, su paz.
¡Cómo sería el hombre si dejara obrar al Espíritu Santo en él! ¡Qué preciosa sería la relación de hombre a hombre, de patrono a obrero, de gerente a subalterno, si el Espíritu Santo fuera libre de obrar en el corazón de los hombres!
Nosotros tan lejanos, nosotros tan pequeños en este planeta solitario, perdido entre millones de otros planetas, somos objeto de la presencia del infinito Espíritu Santo.
¿Cuándo seremos poseídos del Espíritu? ¿Cuándo podremos decir: ven, Espíritu Santo? ¿Cuándo será
la llegada abrasadora del Espíritu a nuestra vida? ¡Cuántos dones, cuántos frutos, cuántos regalos nos traerá el Espíritu Santo a nosotros!
¡Cómo cesaría el odio en el mundo, cómo cesaría la sangre, cómo cesarían los pecados, los quebrantamientos de la ley civil y de la ley divina, si tuviéramos al Espíritu Santo rigiendo a los hombres!
En este momento, digamos la más bella palabra que puede decir un hombre desde la lejana Tierra: ven, Espíritu Santo; ven, Espíritu Santo, llénanos, ilumínanos, caliéntanos, consuélanos, alúmbranos.
Haz que sintamos la realidad de tu presencia; haz que muchos de mis lectores, en las lejanas veredas, en los pueblitos monótonos o en la ciudad agitada, sientan esa extraña, esa misteriosa presencia, esa real presencia tuya inundando al hombre, cambiándolo totalmente de su situación simplemente humana, temporal, carnal y pecadora, a una situación espiritual, sobrenatural y divina.
Te vamos a decir, Espíritu Santo, la más bella palabra, la más poderosa: ¡Ven, Espíritu Santo!
Por: Padre Rafael García Herreros
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