Paramé (Francia), viernes 23 de junio de 2017
Escuchamos la Palabra de Dios junto con san Juan Eudes. Los textos de la Escritura elegidos por nuestro Padre Juan Eudes tienen una orientación contemplativa, nos hacen entrar en la contemplación del amor de Dios. Es así como nos propone comenzar todo itinerario de oración: adorar, contemplar, admirar.
Pero, ¿es posible contemplar el amor? Sí, ya que el amor tiene un rostro, es posible verlo cara a cara. El amor no es una idea sino relación: en la escucha de la Palabra encontramos a Jesús, establecemos con él una relación. Escuchamos el Evangelio, escogido por san Juan Eudes, precisamente en el momento en que el amor es incandescente, ya que « Jesús pasa de este mundo a su Padre », contemplamos el amor que se hizo visible en esta relación; es también el momento en el que Jesús está con sus amigos y no sólo con sus servidores. Miren hacia dónde nos lleva Juan Eudes, hacia lo que ha sido el culmen de su vida entera, nos conduce al encuentro con Jesús, la epifanía del amor de Dios.
Juan Eudes nos lleva hasta la cumbre para celebrar el Corazón del Salvador. Nos conduce hasta el acto de fe escuchando la Palabra: el amor de Dios se ha manifestado en plenitud en este hombre, Jesús, en este ser humano. Ya que Jesús es «la imagen del Dios invisible», ya que quien le ve ha visto al Padre, Dios no tiene otra faceta del amor que no haya sido revelada en la persona humana de su Hijo. Dios no ha escondido nada, lo ha dado todo en su Hijo.
Este asombro es también el que manifiesta el Papa Pio XII en la encíclica Haurietis Aquas: «El Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de acuerdo y armonía» (No.12). Retomemos la manera sublime con la que Juan Eudes describe el Corazón de
Cristo: «Adoramos tres corazones en nuestro Salvador, que no son más que un solo Corazón por la unión estrecha que tienen entre sí» (Leccionario propio, No.43). En razón de la encarnación, el Corazón de Dios nos ha sido desvelado.
Este es el contenido de nuestro testimonio misionero: Jesús es este hombre que amó divinamente, podemos comprender la altura, la anchura y la profundidad del amor porque este amor existe y se ha revelado en Jesucristo.
Y enseguida decimos que este hombre nos amó, que este hombre me amó y me ama infinitamente. Porque la contemplación se hace participación. Este misterio ante el cual me maravillo, se me da para que haga la experiencia. Este amor es para mí. Nos sorprende la manera como lo dice Juan Eudes, en primera persona, pero se trata de la experiencia singular que cada uno puede vivir. Este amor me toca, su misericordia me envuelve, no es un objeto que miro sino un don que recibo.
Y es también el contenido, un segundo aspecto de nuestra proclamación misionera: anunciar a cada persona que ella es amada sin límites e incondicionalmente. En nuestra condición humana podemos vivir cosas difíciles, que nos lanzan al abismo, pero nosotros sabemos que este amor nunca nos dejará caer. Este amor no cambia las condiciones de nuestra existencia, sino que nos hace vivir de otra manera, con el corazón unido a este amor. Este vínculo de amor es como lo proclama san Pablo a los Romanos: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. Es vital el saberse amado, aceptado, acogido, sin ser juzgado, mientras que aquel que nos ama conoce nuestros corazones y todos sus rincones más o menos oscuros, él conoce los defectos, las cavidades negras de nuestro interior, las resistencias, los movimientos diversos de nuestra maraña interior… y él nos ama, porque este amor más fuerte que la muerte es un amor que comunica vida nueva.
Este es el milagro: el amor manifestado en el Corazón de Jesús es el amor de Dios, lo contemplamos, lo acogemos como un amor actual, gracias a la Resurrección de Cristo. La acogida del amor eterno de Dios actúa en nosotros como las aguas vivas que manan del Templo y que se vacían en el mar muerto. La imagen es de Ezequiel, el mismo que anuncia del don de un corazón nuevo por el don del Espíritu. Cuando escogió este texto como primera lectura, Juan Eudes intuía nuestra participación en el amor de Dios, en el amor del Corazón de Jesús… Hemos escuchado el mandamiento nuevo en el Evangelio: “Ámense como yo los he amado”. Esta frase no se dice sino en razón de la participación
en el amor del Corazón de Cristo. Y es la fuente de nuestro gozo y de nuestro dinamismo misionero. “Entonces la alegría de ustedes será perfecta, nada se las podrá quitar”.
El tercer aspecto de nuestra misión es comunicar el amor de Dios, con todas las formas posibles e imaginables. Nuestra vocación en última instancia está ahí, en este amor recibido y compartido. Somos herederos del Corazón, según las palabras de Juan Eudes en su testamento; ¡es una herencia curiosa que se recibe para ser dada, y que entre más se da más se recibe!
Así, nuestra misión de discípulos misioneros en la escuela de Juan Eudes, en la diversidad de situaciones y de ministerios, consiste en contemplar el amor de Jesús, recibir el amor de Jesús y dar el amor de Jesús. Jesús en nuestros ojos, Jesús en nuestros corazones, Jesús en nuestras manos, diría J. J. Olier.
Al celebrar los jubileos [sacerdotales y de incorporación, NdT], damos gracias por este amor que nuestros hermanos han encontrado, que los ha atrapado, y del cual han sido y siguen siendo los testigos. Aquí radica su grandeza y lo que provoca nuestro reconocimiento. Cuando Vicente se compromete para ser incorporado a nuestra Congregación, se compromete ante todo para amar con todas sus fuerzas, con todas sus facultades, con todo su corazón, para llevar al mundo esta Buena Nueva. Cuando el Provincial entra en funciones, lo hace para hacer percibir el poder del amor de Jesús y para animar a sus hermanos a amar más allí donde él los envía, para dinamizar a sus hermanos y hermanas asociados para que hagan crecer el Reino de Jesús allí donde el amor de Dios lo ha puesto en este mundo. Esto pasa siempre por una escucha generosa, para que estemos seguros de permanecer en el amor.
Si ponemos ingredientes distintos a los del amor en las cosas que hacemos –y esto seguro pasará-, herimos al otro. Si permanecemos en el amor, si sabemos escuchar, si damos atención personal, si tomamos en consideración… entonces todo lo que podamos promover o pedir será acogido con mayor facilidad. Nuestro ministerio está al servicio del proyecto de Dios y nada más. Puede ocurrir que valga como pretexto para una pequeña gloria personal, sepamos reconocerlo y presentemos nuestra debilidad a Jesús. Si nos ataca la ilusión del poder, igualmente presentémoslo a Jesús. Cuando tengamos que decidir algo, aún la más difícil, no lo hagamos sin amor.
Una precisión: nuestro corazón sabe bien cuándo es el caso y cuando no, nuestra conciencia discierne lo que es justo o no. No hay que jugar con la idea de que el amor sería una realidad demasiado vasta para hablar de él. Es lo esencial de lo que tenemos que vivir. Es lo más bello de lo que podemos ofrecer.
Entonces, en este día en que toda la Iglesia contempla el amor de Dios manifestado en Jesús, celebremos con mucha alegría y con confianza todos estos acontecimientos –los jubileos, la incorporación, la instalación del Provincial- a imagen de Jesús: todo para la gloria de su Padre. Recibimos el Corazón de Jesús y recibimos de este Corazón un nuevo impulso para la misión, sin
desanimarnos nunca por la situación, sin bajar los brazos. Pienso en la Provincia de Francia.
El amor es la fuente de la dinámica misionera de Jesús y el contenido de su anuncio del Reino. Para nosotros es lo mismo: el amor nos empuja a la misión y no anunciamos otra cosa sino esto que nos anima. La renovación de la Congregación vendrá de la intensidad de nuestro amor y es por ello que vivimos en comunidad.
Bendigo sea el Señor por san Juan Eudes y por la Congregación de la que hacemos parte. Bendito sea Dios por la misión que nos confía al darnos su Corazón para amar más y para la inmensa gloria de Dios. Amén.
P. Jean-Michel AMOURIAUX