lunes, 21 de noviembre de 2016

“En la presentación de María estaban siete clases de personas”: San Juan Eudes


Celebramos este 21 de noviembre, la memoria obligatoria de la Presentación de María.

Hoy es un día especial también para los Eudistas. Para san Juan Eudes, hoy, cuando se recuerda la presentación de la Madre de Dios, sucedieron muchas cosas en el Templo de Jerusalén. En efecto, “el motivo principal de esta solemnidad, es el misterio de su Presentación, que contiene muchas cosas grandes y maravillosas” (san Juan Eudes, La Infancia Admirable, 229).

El presbítero del siglo XVII nos propone meditar en torno a las siete clases de personas que están presentes en el momento de la Presentación de María en el templo:

“Veo, en primer lugar, a la incomparable María, que es la más excelente persona que hay en el mundo, después de las tres eternas Personas.

En segundo lugar, veo a San Joaquín y a Santa Ana que son las más honorables personas que hay en la tierra, porque son el padre y la madre de la que ha de ser la Madre de Dios.

Veo, en tercer lugar, a muchos de sus parientes, amigos y vecinos, entre los cuales muy probablemente se encuentra San José; porque siendo de la ciudad de Nazaret, de una misma tribu, pariente, vecino y amigo sin duda de San Joaquín y Santa Ana, no puede dudarse que tomaría gran parte en su alegría y en el favor que Dios les hizo, librándoles del oprobio de la esterilidad, y dándoles una hija, y semejante hija; así como que les acompañaría en el viaje que hicieron a Jerusalén
para presentarla a Dios en el templo.

En cuarto lugar, veo aquí a los sacerdotes del templo, oficiando en el ejercicio de su ministerio; y entre otros a San Zacarías, que será pronto el padre del Precursor del Mesías.

En quinto lugar, veo a Santa Ana, la profetisa, alabada en el santo evangelio por su rara piedad y santidad. Porque tenía ochenta y cuatro años cuando Nuestro Señor fue presentado en el templo y hacía más de cincuenta que vivía allí.
En sexto lugar, veo a San Gabriel, el ángel de la guarda de la Reina de los Ángeles, con todos los ángeles de guarda de San Joaquín, Santa Ana, San José, de la ciudad de Nazaret, de Jerusalén y de toda la Judea; y quizás hasta con todos los demás ángeles. Es al menos muy creíble que se encuentra ahí un gran número de todos los nueve coros que componen el ejército innumerable de los celestiales espíritus; y me persuade fácilmente que los ángeles destinados por la divina Providencia a la guarda de las personas que prevé han de pertenecer particularmente a esta Reina del cielo por una singular devoción hacia ella, se encuentran en esta solemnidad y toman en ella una parte muy especial, para comenzar servirla y honrarla en nombre de aquellos de quienes un día serán ángeles titulares.

En séptimo lugar, veo aquí, con la luz de la fe, a las tres adorables Personas de la Santísima Trinidad.”

Esta contemplación de las divinas personas lo hace explotar en oración:

“¡Gran Dios, que haces bajar fuego del cielo para consumir el sacrificio de Elías, el sacrificio de un buey que te es ofrecido por este santo profeta! ¿Qué fuegos y qué llamaradas no encenderás hoy sobre el altar de los sagrados corazones de Joaquín, de Ana y de María, tres corazones que no son sino un corazón, para consumir la santa víctima que te ofrecen? Por un lado, veo a esta santa Niña que se presenta, se da, se consagra, se inmola enteramente y de todo corazón a la gloria de tu divina Majestad; y por otro, veo que Tú la recibes, la aceptas, te la apropias, tomas posesión de ella, la unes a tu divinidad, con la más estrecha unión que jamás existió, la colocas en tu seno y en tu corazón, para prepararla a hacer en ella y por ella las mayores maravillas de tu omnipotente bondad, para disponerla a ser la Madre de nuestro Redentor, y a cooperar con él a la obra de nuestra redención; como también a ser nuestra verdadera Madre, a la que comunicas tu poder, tu sabiduría y tu bondad, a fin de que pueda, sepa y quiera librarnos de toda clase de males y colmarnos de toda clase de bienes.

¡Gracias infinitas e inmortales te sean dadas por ello, adorabilísima Trinidad!

¡Divina Niña, me doy a ti con todo mi corazón! ¡Emplea tú misma el gran poder que Dios te ha dado para tomar entera y perfecta posesión de mí, a fin de presentarme e inmolarme contigo en honor y gloria de la santísima Trinidad!





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