martes, 17 de mayo de 2016

Como discípulos de Jesús estamos llamados a ser hombres y mujeres del Corazón

Celebraremos próximamente una de las fiestas más entrañables y populares de nuestro calendario
cristiano: el Sagrado Corazón de Jesús, fiesta introducida en el calendario litúrgico por San Juan Eudes.

Saltan, aquí, de nuevo y con especial fuerza las entrañas de Jesús: su voluntad, su esencia, su poder, su pensamiento, su sensibilidad. ¡Cuántas cosas! ¡Y cuántas, reflejan y simbolizan el Corazón de Jesús!

Todo lo que hizo Jesús nos conmueve, nos atrae y es objeto de admiración:

- Sus pies nos recuerdan los caminos emprendidos para encontrarse con el hombre…
- Sus ojos nos seducen cuando nos miran con amor y hasta con persuasión: “sígueme”.
- Sus lágrimas nos recuerdan nuestras traiciones, negaciones y deserciones….
- Sus manos, nos traen instantes de bendición y de entrega, montes de cruz y de pasión, lagos y llanuras de pan multiplicado y de fraternidad...

Pero ¿y su corazón? Su corazón es mucho más. Su corazón nos dice muchísimo más. Es la imagen más divina, la más certera y límpida, de lo que Jesús fue y pretendió: amor que se partía, amor que obedecía, amor que se humillaba, amor dado hasta la saciedad.

La festividad del Corazón de Jesús nos lleva inmediatamente al encuentro con Dios. El sístole y el diástole de Jesucristo fue el cumplir la voluntad de Dios y hacerla visible a los hombres. Y, por ello mismo, entrar en el Corazón de Jesús es adentrarse en el Misterio de la Trinidad; es ponerse en las manos de Dios; es saber que, Dios, habita y actúa en Cristo.

El Corazón de Jesús es el corazón de Dios que ama. El Corazón de Jesús es un camino que nos lleva al encuentro con el Padre. El Corazón de Jesús nos empuja a amar con locura a Aquel que tanto El amó y tanto nos ama a nosotros: Dios.

¿Seremos capaces de ver el secreto de la vida del Corazón de Cristo? ¿No nos estaremos quedando en el simple concepto de “corazón” cuando, el de Jesús esconde, lleva y nos atrae con una fuerza poderosa y penetrada por el Misterio?

¿Seremos suficientemente valientes para meternos de lleno en el Corazón de Jesús y saber cómo son sus sentimientos e intentar que los nuestros vayan al mismo compás que los suyos?
Decir “Corazón de Jesús en Ti confío” es saber que, Jesús, nos lleva hacia el Padre. Es comprender que sus miradas, afectos, deseos, pasión y vida, estuvieron totalmente capitalizados y orientados desde Dios.

Decir “Corazón de Jesús en Ti confío” es aproximarse a una fuente de la que brota algo, tan esencial como escaso en nuestro mundo y en las personas: amor desbordante. ¿De dónde viene? De Dios ¿Por qué brota? ¡Por amor! ¿Para quién? ¡Para el hombre!

El viejo adagio “amor con amor se paga” cobra actualidad en esta fiesta. Contribuyamos con amor al inmenso amor que el Corazón de Cristo simboliza y entrega. Y pidámosle, a la vez, que nuestro latir sea el suyo, que nuestro vivir sea el suyo, que nuestro querer y voluntad sean las suyas. No podemos decir “Corazón de Jesús en Ti confío” y luego perder la paciencia cuando no hay proporción entre esfuerzo y cosecha o entre oración y respuesta.

Todas las páginas del Evangelio son un grito que proclama la humanidad y el humanismo de Jesús. Y nada revela tanto y tan expresivamente ese huma­nismo y esa humanidad como su Corazón. Por eso, hablar del Corazón de Je­sús y vivir una espiritualidad cen­trada en este misterio, como nos enseña san Juan Eudes, es afirmar y promover un humanismo realista, supe­rando definitivamente todo peligro de «docetismo», de jansenismo o de an­gelismo desencarnado, esas deformaciones del evangelio que tan funestas consecuencias de deshumanización han tenido para la vida cristiana.

Cuántas veces preguntamos a los niños: Tú, ¿a quién quieres parecerte? Hoy, también a nosotros, en definitiva también niños en espíritu, Jesús mismo nos pregunta: ¿Quieres tener los mismos sentimientos de mi corazón? ¿Quieres amar como yo amo? ¿Quieres tener y descubrir a Dios como yo lo he descubierto y quiero? ¿Quieres obedecer aunque te cueste? ¿Quieres entregarte con ganas o sin ellas? ¿Quieres perdonar aunque te parezca que pierdas? ¿Quieres… quieres…quieres?

Y esto aunque, en los múltiples “Gólgotas” del hombre, siga predominando el silencio de Dios. Quizás por eso, precisamente. El evangelio no oculta las dificultades y peligros de esta situación: algunos servidores del amo ausente comenzaron a comportarse de manera inicua (Mt 24,48); otros escondieron los talentos y se despreocuparon de hacerlos rendir (Mt 25,25); algunas de las muchachas perdieron la tensión de la espera y dejaron apagar sus lámparas (Mt 25,3) otros pretextaron que el Señor no se había dejado ver claramente, que no había «avisado» que el llanto y los gritos que habían oído eran los suyos (Mt 25,37); los discípulos, queriendo retener en la transfiguración una forma de presencia gratificante (Lc 9,33), o ensimismados después de la ascensión, merecerán un velado reproche por quedarse plantados mirando al cielo (Hch 1,11).

Podemos, incluso, afirmar que vivir en intimidad y en comunión con Jesús en el misterio de su Corazón, es la mejor escuela del humanismo integral. En síntesis, la espiritualidad del Corazón nos dice que Cristo, el modelo de hombre perfecto, es mucho más que un hombre con corazón: es un hombre-corazón; por eso, nosotros sus discípulos no podemos menos que ser también hombres y mujeres del Corazón.





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