¿Se han dado cuenta de que el 95% de las actividades que llamamos de Nueva
Evangelización consisten en traer a la gente a la iglesia?
Ya sea en una evangelización nocturna, haciendo unas misiones populares, o predicando
desde el púlpito a los que ya están dentro, parece que todo se trata en traer a la gente a lo
nuestro.
Obviemos el hecho de que vamos hacia una iglesia tipo síndrome de Mr. Bean y Amo a
Laura que empiezan a ser una triste realidad descrita profécticamente por la parodia, en vez
de una mofa malintencionada que deforma una realidad pujante.
Lo cierto es que aunque fuéramos la más atractiva de las iglesias, con las más atractivas de
las personas dentro, todavía habría algo mal planteado en una evangelización que se
concibe como traer a los de fuera adentro de la Iglesia.
Si el papa nos pide ser una Iglesia en salida, ¿cómo es que seguimos siendo una iglesia de
llegada? ¿Cómo podemos dormir tranquilos con una oveja en el redil teniendo noventa y
nueve fuera? ¿En qué mente cabe pensar que una parroquia de éxito es la que acomoda más
gente el domingo y no la que más gente envía?
Seguimos pensando que el éxito de la evangelización es que la gente vuelva a la iglesia, y
así nos va.
Una iglesia que no hace primero una operación de autoevaluación, la que nos pedían los
lineamenta y deja abierta la Evangelii Gaudium, difícilmente se puede poner a evangelizar
porque en el mejor de los casos traerá a la gente de visita pero en absoluto estará en
condiciones de dar nada sustancioso porque le falta lo más fundamental, ya que está
inmersa en una crisis de fe e identidad.
Resuelto el problema de fe e identidad, no hay que lanzarse precipitadamente a evangelizar.
Una Iglesia que vive en un desfase más que evidente con la cultura dominante (como
explicó Mons. Dominique Rey en Manresa) debe preguntarse primero si sus edificios,
espacios y simbologías están codificados en unas claves culturales inteligibles para los
sujetos a los que pretende llegar.
Más allá de los espacios están las piedras vivas que harán la evangelización. Una iglesia
que se ocupa en misiones, planes y proyectos de pastoral sin preocuparse por el hecho de
no tener a las personas adecuadas para llevarlos a cabo, ni sostener e invertir en las que sí
que podrían hacerlo, será el enésimo papel mojado que no tendrá resultados y del cual ni
siquiera se hará revisión.
Como ven el problema es mucho más complejo que la dicotomía del título, traer a la gente
a la iglesia, versus traer la iglesia a la gente.
No basta con salir de mentirijillas para traer gente dentro. Tampoco sería suficiente salir de
corazón, a tumba abierta, y perderse por los caminos del mundo para acabar secularizados
como les pasó a tantos en el postconcilio.
Hace falta redescubrir nuestra identidad más profunda en Cristo, la que nos edifica como
Iglesia y nos hace misioneros una vez que hemos sido hechos discípulos.
Yo sé que esto no es fácil de entender ni de digerir.
Si queremos llegar afuera, primero tendremos que llegar adentro, al núcleo de la fe, a la
experiencia primera, a Jesucristo. Es pura lógica: si no estamos dando a Jesucristo, la
primera pregunta es si acaso no será que no lo tenemos suficientemente agarrado, y más nos
vale asirnos de su orla si queremos ir a algún lado.
Si queremos llegar a los de fuera no podemos pretender que entren en una casa, la de la
evangelización, el discipulado y la misión, que lleva años sin limpiarse, sin renovarse, y
cuyas maneras y cuyo liderazgo son los que nos han llevado a la crisis actual.
Si queremos llegar a los de fuera tendremos que arriesgarnos a salir fuera nosotros también,
ponernos de reformas y quedarnos en la calle mientras tanto, a ver si en el proceso se nos
quitan algunas de las adherencias y anquilosidades que se nos han generado a base de llevar
tanto tiempo dentro.
En definitiva, hace falta una iglesia afuera, en salida, que se reencuentre consigo misma en
las periferias, no una iglesia autorreferencial y nostálgica de tiempos mejores donde traer a
los cuatro despistados que aún se prestan a pisar una reliquia del pasado.
Y aunque parezca paradójico, el día en que hagamos esto, será cuando se vuelvan a llenar
las iglesias, cuando a ellas lleguen conversos, y no simples turistas, pseudoevangelizados o
despistados anacrónicos, que parece que es lo único que conseguimos atraer hoy en día.
Porque ojo, no es lo mismo traer a alguien a la iglesia con minúsculas, que traer a alguien a
la Iglesia con mayúsculas.
Lo primero puede ser traer a alguien a un edificio, a un grupo pío, a una actividad o una
celebración; lo segundo es traer a una persona de la vida a la muerte, de la condenación del
pecado a la salvación en Cristo...y para eso existe la Iglesia, para dar vida y darla en
abundancia...y eso en una palabra es la evangelización.
José Alberto Barrera Marchessi
Es un abogado de profesión, DEA en Ciencias Políticas y padre de familia dedicado en exclusiva como laico liberado a la evangelización como Coordinador Nacional de los Cursos Alpha en España. Ha colaborado con Radio María creando y dirigiendo “Hay Mucha Gente Buena”, y “Curso ven”. Desde su conversión a los 17 años peregrinando a Javier, ha formado parte de Congregaciones Marianas, la parroquia Santa María de Caná y la Renovación Carismática. Como experto práctico en Nueva Evangelización y Ecumenismo interviene con asiduidad en foros, conferencias y eventos eclesiales nacionales e internacionales. Es capaz de hablar en cinco idiomas con Dios y nos ofrece sus reflexiones sobre una «Iglesia provocativa».
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