martes, 25 de noviembre de 2014

En memoria de Merceditas

Hoy 16 de noviembre recordamos a nuestra querida fundadora Merceditas Ricaurte Medina y damos gracias a Dios por su vida y por el bien que sembró entre nosotras con su testimonio, sus consejos y enseñanzas.

Oremos por ella y recordemos sus reflexiones:

“Para llegar a ser santa: Fidelidad absoluta. Reparación generosa. Paz defendida y gozada.

No hay una sola cosa en la vida que no pueda ser oración.

Espíritu de Jesús, dame esta gracia y ayúdame a ser muy fiel para renunciarme en todo lo que sea contrario a la gloria de Dios”. 1964. Septiembre 12

Elvirita.

HOMILÍA EN EL CENTENARIO DE MERCEDITAS RICAURTE MEDINA

El Instituto Secular Fieles Siervas de Jesús se reúne hoy para hacer memoria, con gozo y agradecimiento, del centenario del nacimiento de su fundadora Merceditas Ricaurte. ¿Cómo lo vivimos desde nuestra orilla del tiempo, de lo deleznable y fugaz? ¿Cómo lo mira Dios desde la serenidad y perfección de la eternidad? ¿Cómo lo vive Merceditas ya no en la caduco de la vida terrena sino sumergida en el misterio de Dios? Merceditas ya no cumple años. En Dios no hay años, días ni horas que se van, se olvidan y perecen. Llegar a Dios, en el paso de la muerte a la gloria, es entrar en la plenitud gozosa de la vida.

La vida eterna en Dios tiene un preámbulo en la vida de este mundo. Nos preguntamos cómo vivió Merceditas su compromiso con Dios y con el prójimo en este mundo. Quiero que lo hagamos tomando la imagen del apóstol como nos la presenta san Pablo en el comienzo de su carta a los Romanos.

“Pablo, siervo de Cristo Jesús y apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que Él había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas. La promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo Señor nuestro, descendiente de David según la carne, pero constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos. Por él hemos recibido la gracia del apostolado, destinado a promover la obediencia de la fe para que su nombre sea alabado entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, que habéis sido llamados por Jesucristo. A todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. (Romanos 1, 1-7)
Merceditas fue ante todo apóstol de Jesucristo. Toda opción parte de un enamoramiento y desemboca en un compromiso que cubre toda la vida. Quien ha experimentado ese proceso en la fe cristiana como san Pablo vive la necesidad de ser apóstol de Jesucristo. Merceditas, llevada de la gracia del Señor, lo fue descubriendo a lo largo de la vida.

Pero ¿qué significa ser apóstol de Jesucristo? Sigamos lo que piensa Pablo. En primer término es un compromiso personal. Pablo lo asume presentándose con su nombre propio. Pablo escribe a los santos de Roma. Por ser apóstol es un siervo, incluso esclavo –doulos- pero no de un dueño humano sino de Cristo Jesús. Es una esclavitud voluntaria, gozosa, que se vive con alegría. Se asume el mundo del que es el “Dueño”. Es dejar de pertenecerse para pertenecer a otro. ¿No fue acaso ése el mundo de Merceditas? Llevó con gozo el nombre de fiel sierva de Jesús. Su mundo, sus intereses fueron los del Señor. No se perteneció. Perteneció plenamente al Señor.

Llamado a ser apóstol. No es un proyecto personal. No nos lo inventamos. Somos llamados. El sentido de la presencia de Pablo en el mundo es el de una vocación al apostolado. Alguien llama y sabemos quién llama. El Señor. Pablo lo dice a los gálatas: me escogió desde el vientre materno. Ese llamamiento hace entrar en el mundo de Dios, de sus proyectos salvadores. Somos disponibles. Apóstol: es aquel a quien el Señor encomienda una misión. Su llamamiento no es un juego. Apóstol significa enviado. Alguien envía y supone por tanto destinatarios. Encierra además un contenido. Se lleva una palabra importante, divina y eficaz pues viene de Dios. Obliga a conocer bien y a amar al que envía. Es necesario penetrarse de su pensamiento, de su deseo, de su voluntad que lo abarca todo. Antes de ir a la misión es necesario ser discípulo. Así conocimos a Merceditas. Hizo suya la voluntad salvadora de Dios. La recibió para sí y para los demás. Quería llegar a todos y todas, en especial a los más necesitados. Pensó que su misión de apóstol debía ser compartida con otras mujeres valiosas como ella. Invitó a amigas, a compañeras a asumir el sueño que ella tenía. Estudió, pensó, escribió con pasión lo que concernía al Señor, a la misión, al mundo.

Pablo continúa describiéndose ante los romanos: elegido para predicar el evangelio. Esa elección divina implica un amor preferencial, una confianza grande del que elige en el elegido. Son acciones divinas que hay que identificar en el tiempo y en el espacio. Preguntarse como se preguntó Pablo: ¿cuándo fui llamado, cuándo fui elegido? Y recordó el camino de Damasco, los que lo acompañaban, el que lo recibió y le trasmitió lo que el Señor quería en nombre de la Iglesia, Ananías. Para nosotros, como para Pablo, tiene fecha y lugar preciso, el día de nuestro bautismo, el día de nuestra consagración. Para Merceditas fue muy claro. Aprendió en la escuela de san Juan Eudes, a través de la enseñanza del Padre Basset, el valor invaluable del bautismo para el evangelio. Se sintió llamada y elegida para una misión. La aceptó y la vivió a fondo toda la vida.

Pablo fue el maestro que recogió el evangelio de Jesucristo en su doble condición humana, hijo de David; y espiritual, del dominio de Dios por el Espíritu. Descubrió la fuerza salvadora de la resurrección y su presencia en la vida del cristiano. Era lo que tenía que llevar al mundo, no solo como una doctrina que se aprende de memoria sino como una fuerza divina que vivifica y hace actuar en sí y en los demás. Paso a paso lo vamos aprendiendo en la vida. Pablo se sintió invadido por ese misterio que quería llevar a los gentiles en virtud de su misión de apóstol. Merceditas recorrió el mismo camino. Se sintió toda la vida, como Jeremías, como Pablo, seducida por el Señor para vivir su vida y llevarla a los demás.

A quienes escribe Pablo: a sus hermanos en la fe que viven Roma. No los conoce, nunca ha estado en Roma. Pero sabe que son santos, llamados a pertenecer a Jesucristo, amados de Dios y convocados en la santa Iglesia. Son el mundo al que Dios lo envía. Si son así presentados y calificados, si llevan toda la riqueza que se encierra en esos títulos, cómo no valorarlos y tenerlos por objeto preciado de la vida a los cuales hay que entregarse. No le importaba a Pablo si eran nobles o plebeyos, ricos o pobres, paganos o judíos, hombres o mujeres.

¿Cómo no encontrar en esta imagen que Pablo hace de sí mismo como apóstol enamorado de Jesucristo el retrato de Merceditas, también ella apóstol enamorada de Jescuristo? Desde esa vocación de discípula y de apóstol de Jesucristo podemos leer toda su vida. Vino al mundo para ello. Sus estudios aquí en Colombia y en Bélgica, su encuentro con hombres y mujeres de Dios como el Padre Charles, jesuita, y el Padre Basset, de la hermana… Su camino de regreso a Colombia, su ingreso a la acción católica donde encontró jóvenes inquietas por el el Señor y a las que contagió de su entusiasmo divino, el camino del Instituto secular, en el que fue pionera y en el que Dios sus pasos primeros casi que tanteando, su pasión por las jóvenes mujeres en peligro para las que armó todo un proyecto, la Protección de la Joven, su apertura progresiva hacia todas aquellas mujeres que encontraba en toda clase social, el campo abierto a las madres de familia para llevarlas a una consagración, su pensamiento siempre arraigado en la Iglesia y en el evangelio por encima de búsquedas de asentamientos humanos, y muchas más tareas ideadas y realizadas con su amor de apóstol de Jesucristo.

Termino con un recuerdo personal. Ya muy mayor sintió que debía ir a Villavicencio por dificultades que el grupo de jóvenes sufría. Quería ayudarles a superar caminos y a mantener su esperanza. Eran los días en que ese camino era peligroso por los secuestros obrados por los insurgentes. Desatendió los consejos que le daban sobre el peligro que corría. Le oí decir con fuerza cristiana de testigo y mártir: Yo por el Señor hago lo que sea. Y se fue a Villavicencio. Deja al Instituto y a toda la Iglesia su pasión de apóstol. Eso la hace memorable en el corazón de todos. Amén.

Álvaro Torres F., cjm


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