Con motivo de la memoria de los beatos mártires Eudistas, el padre Álvaro Torres Fajardo recordó la necesidad de servir y administrar los misterios de Dios.
En la homilía, que tuvo como contextos la celebración de los Beatos Mártires Eudistas y la finalización de la Semana de Formación con los jóvenes del Tiempo Especial de Espiritualidad Eudista, el padre Álvaro Torres, guiado por la Palabra de Dios del día, les dijo a los jóvenes que el mejor premio a esta formación es hacerse verdaderos y comprometidos administradores de los misterios del Señor.
Estas fueron sus palabras:
Servidores y administradores de los misterios de Dios
Homilía del padre Álvaro Torres Fajardo, cjm con ocasión de la memoria de los Beatos Mártires Eudistas y finalización de la Semana de Formación con los jóvenes del Tiempo Especial de Espiritualidad de la Provincia Minuto de Dios.
Seminario Valmaría (Bogotá), 02 de septiembre de 2016
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A la luz de esta Palabra de Dios (1Co 4, 1-5 y Lc 5, 33-39), le damos prioridad a los mártires eudistas e igualmente veamos nuestra propia vida.
Cuando leemos la Palabra de Dios, tenemos que aplicárnosla, tenemos que decir como decía alguien: “esta historia es mi historia”.
En esta carta a los Corintios, san Pablo expresa lo que él es, lo que él ha encontrado en su servicio de Cristo y de la Iglesia. Estamos expuestos a mirar el mundo: qué piensa el mundo, cómo nos juzga, qué calificación nos va a dar. San Pablo dice que “la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Que la gente, esa gente que nos observa, que es nuestro juez, solo vea en nosotros servidores de Cristo. Y nos preguntamos: ¿Por qué estamos en esto? ¿Qué buscamos? ¿Cuál es el norte de nuestra vida? ¡Servidores de Cristo!
El servidor está al servicio del Señor, no se pertenece, pertenece al Señor. Ha hecho una renuncia en su vida de muchas cosas, pretensiones y planes y ha puesto en su lugar lo que Dios quiere, lo que Cristo quiere. El servidor no tiene horarios, el servidor no tiene días libres, el servidor está de tiempo completo al servicio de su Señor. El servidor no tiene palabras propias, ambiciones propias, sino que ha adquirido las del Señor. Si llamamos a la gente, ¿qué le vamos a decir? ¿Qué esperan ellos de nosotros? ¿Cuál es la palabra que les vamos a repetir? ¡Servidores de Cristo!
Y porque somos servidores de Cristo somos administradores de los misterios de Dios, este Dios que es el Padre. ¡Administradores de los misterios de Dios! Se nos ha confiado un capital grande, este que nos pone al servicio de Cristo, este que se nos es dado en nuestra vida es el gran capital.
Se nos confían los misterios de Dios. Los misterios no impenetrables, simplemente como un concepto difícil de entender, sino la obra divina, se nos confían los proyectos de Dios, su proyecto de salvación universal, lo que Él quiere del mundo, del hombre, de todos los hombres, de nosotros. Tenemos que penetrarnos de eso. Somos administradores. No nos lo hemos inventado, el Señor nos confía con gran amor sus misterios, los pone en nuestras manos, pero más aún: los pone en nuestro interior, en nuestro corazón. Tenemos que preguntarnos: ¿qué es lo que yo administro? Tenemos que dejarnos de planes propios, tenemos que buscar los del Señor, como nos va a decir precisamente el evangelio. Y Pablo dice: “no estoy para que me juzgue la gente con criterios humanos”. ¿Qué piensa la gente de nosotros? A veces nos pueden decir: “este encontró un buen puesto. Este tiene asegurado su futuro y su presente”. ¡Esos no son los criterios! Venga lo que venga, suceda lo que suceda, lo que prima para nosotros es ser servidor de Cristo, hacerlo presente, en nuestra humildad y debilidad y administrar para nosotros, para los demás, las riquezas del misterio de Dios. Este es el ideal de la vida.
Si tenemos otro ideal corrijamos; si tenemos otras pretensiones, analicémoslas; para que tengamos exactamente las del Señor y que así nos encuentre el Señor y permanezcamos así para cuando Él venga, cuando tengamos que encontrarnos con Él.
Lo que hicieron los mártires fue esto: ser servidores de Cristo, administradores de los misterios de Dios, es su obra de caridad. Es por eso que alcanzaron el martirio y con el martirio alcanzaron el máximo testimonio que pudieran dar en sus vidas de ser simplemente servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
Hermosa vocación pero comprometedora. Supremamente comprometedora. Y esto también es precisamente lo que nos afirma el evangelio: “se acercan a Jesús escribas y fariseos”. Pensemos: decía alguien, comentando la palabra de Dios: “en nosotros se esconde siempre un fariseo en lo profundo de nuestro corazón. Ahí se agazapa. Casi que no se deja ver, pero está ahí”. Fariseo es quien mantenía sus proyectos y sus planes que no estaban al servicio de Cristo, no estaban como administradores de los misterios de Dios, tenían sus propios planes, sus propias riquezas que ellos querían tener. Esa era manera como ellos consideraban el misterio de Dios a través de sus actitudes. Los Escribas, por su parte, especialistas en la Palabra de Dios y los fariseos, aquellos que pensaban que tenían la clave incluso de su propio destino.
Y entonces se acercan a Cristo y le ponen un problema: nosotros ayunamos, ayunan los que pertenecen a las escuelas en que estamos: Juan y otros. Tus discípulos no ayunan. Lo que les importaba era eso: una práctica que seguramente se hacía de diversas maneras. Simplemente una práctica. No les importa el misterio de Dios que tiene Cristo: lo que les importaba eran sus prácticas. Y Jesús les dice: para encontrarme, para ser mi servidor, para ser administradores de Dios hay que encontrar lo que Dios quiere, hay que dar el paso. Diríamos hoy en día nosotros, de un testamento a otro: del testamento antiguo que dependía de los escribas y fariseos al testamento nuevo que nos trae Cristo. La nueva experiencia de Dios es su misterio en él, son los misterios de Dios, se centran en la persona, pero para entrar en él hay que dar ese paso hacia él. Un paso de renuncia.
San Juan Eudes nos insiste en ese primer paso de renuncia y de una purificación profunda del corazón, de aquello que son nuestros intereses, nuestros propios misterios si pudiera decirse, para adquirir los misterios de Cristo. El evangelista dice: lo que pasa es que el novio está con ellos. Quizá la palabra “novio” no es la mejor, es más adecuado “esposo” que también se podría traducir. En el Antiguo Testamento Dios se presenta como el esposo del pueblo, lo ama, lo fecunda, le da la vida. Hay que leer a Oseas su propia experiencia, la cual retrata, esa gran relación de Dios con el hombre, a través del lenguaje del matrimonio: el esposo.
Cristo se declara igualmente el esposo. ¡Maravilloso! Lo que para el Antiguo Testamento era el Dios Padre, para Cristo es él mismo: tiene su categoría divina por consiguiente, tiene su ser divino y como tal se ofrece y entonces ha cesado toda esa práctica anterior y se abre el mundo nuevo que hay que recibir con una inmensa alegría, con una perpetua fiesta en la que no cabe el ayuno y nos dice: para hacer esto se necesita un mundo nuevo, un corazón nuevo. Lo dice a través de dos imágenes: la imagen del remiendo y la imagen de los odres, imágenes caseras. Seguramente Jesús había visto a María en el ejercicio de costurera, remendando sus pobres vestidos, los de Jesús y los de José, todos pobres. Sabía de eso. En su casa, Jesús había visto los odres, seguramente también los había. Entonces sabía cómo se maneja esto y habla de ese remiendo nuevo, habla de esos odres nuevos. Para hablar del misterio de Dios se necesita hacer un vacío y llenarlo del misterio de Dios. Dejar los odres viejos, comprometidos, que ya no sirven y ser un odre nuevo que recibe la novedad de Cristo y el misterio de Dios en él, de su obra salvadora.
Lo que hicieron los mártires fue precisamente eso: entrar de lleno en ese misterio y entregar su vida por él. Su gran ayuno fue ese: encontraron su vida y su felicidad, en esa entrega total de su vida al Señor. Es lo que estamos llamados a hacer: ser esos odres nuevos.
Preguntémonos: ¿qué residuos quedan en nuestro corazón? ¿Qué nos impide ser un odre nuevo en todo este misterio de Dios?
Ustedes están en este Tiempo Especial de una formación intensa partiendo de toda la espiritualidad propia de la Congregación, que no es otra que la de Cristo, que no tiene otro interés que ser servidores de Cristo, “estar al servicio de Cristo y de su Iglesia”, repetía incesantemente san Juan Eudes.
Creemos haber recibido los misterios de Dios para aplicárnoslos, para llevarlos a los demás, tenemos la administración, si los dispensamos, pueden llegar a los demás. Si somos fríos e incapaces de hacerlo, tenemos que interrogarnos. Este tiempo es para esto. Es para descubrir el camino, es para descubrir de qué manera lo hacemos.
Este estudio de las Constituciones ha sido precisamente para eso: para identificarnos en nuestro servicio de Cristo, para hacernos verdaderos y comprometidos administradores de los misterios de Dios y ojalá esta sea la gracia que recibamos, que sea el precio, la recompensa de estos días que hemos pasado en esta búsqueda incesante de lo que llamaba san Juan Eudes la voluntad de Dios sobre la Congregación y sobre cada uno de nosotros. Amén.
Transcripción: HFP.
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