
[…] cada eudista incorporado, candidato, asociado y amigo tiene sin cesar la urgente y bella tarea de formar a Jesús en él. Durante una decena de días nuestra Asamblea se hundió en las raíces de lo que constituye para Juan Eudes “la obra de las obras, el misterio de los misterios”, con el fin de que al salir de ella, todos, “saturados”, convencidos y transformados, nos dispongamos a dejar correr el torrente de esta gracia inmensa por las tierras todavía áridas y resecas de la Congregación. […]
La responsabilidad de cada incorporado, candidato, asociado y amigo eudista es entonces inmensa y muy deseada, para que el sello “FORMAR A JESÚS” nos marque y dé carácter propio a nuestras acciones cotidianas e impregne nuestro corazón y el de todos los bautizados de modo que unamos la acción a la palabra para mostrar de forma enérgica la dirección que queremos seguir. […]
Dispongámonos a entrar por este camino, mediante la oración:

(OC II, 172-173).
Canto inicial: “Madre de Jesús, forma y has vivir a Cristo en mí”.
Primer momento: contemplar, adorar. Adoremos a Jesucristo, en el misterio de su encarnación en María, por obra del Espíritu Santo. Contemplémoslo en el misterio de su encarnación en cada uno de nosotros, también por obra del Espíritu Santo.
Segundo momento: dar gracias. Démosle gracias por la gloria tributada al Padre en este misterio y por habernos hecho partícipes de él; agradezcamos las bendiciones que hemos recibido al tener en nosotros la vida de Jesús.
Tercer momento: vivir el perdón. Tomemos conciencia de la distancia que existe entre la vida de Jesús y la nuestra y pidámosle perdón por los obstáculos que hemos puesto para que Él se forme plenamente en nosotros.

Oremos: Buen Jesús, te adoro en aquel anonadamiento del que nos habla tu apóstol, que nos dice: Se vació de sí mismo (Fp. 2, 7). Adoro tu inmenso y poderoso amor, que te condujo a ello. Me entrego y me abandono al poder de ese amor para que me aniquiles totalmente. Emplea, Jesús, tu poder y tu bondad infinita para vivir en mí y destruir mi amor propio, mi voluntad propia y mi espíritu, mi orgullo y todas mis pasiones, sentimientos e inclinaciones, para que reinen en mí tu santo amor, tu voluntad, tu Espíritu, tu profunda humildad y todas tus virtudes, sentimientos e inclinaciones.
Elimina también en mí todas las criaturas y destrúyeme en el espíritu y en el corazón de todas ellas y ponte tú mismo en su lugar y en el mío, para que una vez instalado tú en todas las cosas, no se vea ni aprecie ni desee ni busque ni ame nada fuera de ti, no hable sino de ti, no actúe sino por ti. De esa manera lo serás todo y lo harás todo en todos, y serás tú quien ames y glorifiques a tu Padre en nosotros y para nosotros, con un amor y una gloria dignos de Él y de ti.
(O.C I 275-276)
No hay comentarios:
Publicar un comentario