
Cuando me apersono de mis decisiones, de mis opciones, entonces entiendo que no es que Dios me castigue, sino que estoy donde mis pasos me han traído. Yo he hecho que mi destino sea como es hasta ahora. Sería como decir que todo lo que le pasó al Hijo pródigo (Lucas 15,11-32) luego de pedirle la herencia a su Padre y malgastarla es castigo de su Padre. No. El pasa necesidades por no saber administrar la herencia que le han dado. El pierde su libertad y se degrada completamente, no porque su Padre le esté haciendo pagar su decisión sino porque actuó de manera equivocada, porque no fue inteligente, ni cauto a la hora de actuar. El Padre no es culpable de lo que le pasó, sólo lo ha dejado ser libre y lo ha esperado con amor. Sus equivocadas acciones tienen consecuencias que tiene que asumir como un ser libre y responsable que es.
Seguro que puedes seguir echándole la culpa a Dios de todo lo malo que pasa y así te sientes más descansado. Como aquellas señoras que ahora se sienten mejor porque ya no son chismosas sino que tienen por dentro el demonio del chisme, entonces la responsabilidad de sus chismes no es de ellas sino del demonio ese. Pero eso no tiene sentido. Dios no quiere que nos perdamos. No nos pone cascaritas, ni nos tienta. Aquel que piensa así, confía en un dios imperfecto, que nos crea para destruirnos, ese no es en el que nos reveló Jesucristo, el Señor en su ministerio. Tenemos que creer en Dios como el “abba” que nos mostró el Señor Jesús. Ese que es amor y nos respeta, nos valora, nos da oportunidades, nos perdona pero no asume por nosotros las responsabilidades de nuestros actos. Ser discípulos de Jesús nos hace responsables de nuestros actos y nos exige que sepamos actuar, desde los valores del Reino que nos ha propuesto.
Se trata de conocer cada día más la propuesta de vida que nos hace Jesús (Hechos 5,20) y luchar por vivirla. El no te persigue ni te quiere castigar pero si quiere que seas dueño de tus actos y sepas por qué actúas así y no de otra manera. El es amor para ti y para todos.
Alberto José Linero Gómez, Eudista
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